jueves, 31 de diciembre de 2009

Las uñitas, armas mortales

Nada más nacer lo niños tienden a automutilarse con sus propias uñitas. La madre corre a ponerle unos monísimos guantes que venden para recién nacidos, pero las matronas enseguida te quitan la vena "pitiminí" y te echan un jarro de agua fría al indicarte que tu hijo se puede coger una infección facilmente chupándo los guantecitos. Así que los guantes y calcetines en las manitas quedan descartados. Toca sufrir cada vez que aparecen surcos en la cara de tu bebé.

Encima, también toca aguantar el tipo ante la gente que piensa que no le pones los guantes porque no te da la gana. Así que te cansas de contar la misma historia de las matronas prevenidas que valen por dos.

El lector se preguntará por qué no le corto las uñas al niño y punto. Pues el caso es que hubo información cruzada sobre la conveniencia de cortarle las uñas a los recién nacidos o no, con un amplio número de detractores y defensores que no me dejó las cosas muy claras con lo que decidí no cortárselas durante el primer mes para prevenir. Mi niño tenía diez armas mortales en sus manos. Yo fui una de sus muchas víctimas.

A día de hoy ya se las cortamos como debe de ser. Aunque le crecen por segundos. Todavía le cruzan la cara feos arañazos producidos por el mismo. Mi pobre niño pequeño. A ver si toma por fin el control de sus manitas y deja de autolesionarse.

Días de perreta

"¡¿Pero que te pasa?!" Ese es el grito desesperado de una madre en plena perreta infantil. El bebé no para de llorar y ya has gastado todos tus cartuchos. Por fin lo meces con cuidadito y, a veces, se calma, se duerme, se agarra a ti como una lapa y tú te quedas con un sentimiento de "¿Me está tomando el pelo?" que te remuerde las entrañas.

Con mucho cuidadito intentas dejarlo en el parque o en la hamaquita para poder hacer algo (fregar, trabajar, escribir en este blog...) y de repente todo empieza de nuevo. Su boquita se tuerce en un pucherito, su garganta entona unos vacilantes ¡Engués! y ahí va ya su atronador ¡Buaaaaaaaaaaaaaaaa!

La desesperación es constante. También el dolor de espalda. "Pues le dejo llorar hasta que se canse" te repites a ti misma, pero aparece el geniecillo de la conciencia "¿Y si tiene cólicos? ¿A lo mejor le duele algo? ¿Tendrá otitis? Como no puede hablar... Y vuelta a empezar con el niño para arriba y para abajo. Se retuerce, llora, te pega con sus puñitos, las pataditas vuelan, se calma, te mira tranquilito y otra vez esa sensación "¿Me está tomando el pelo?"

Si logra tranquilizarse no parece que le duela nada, así que al parque. "Buaaaaaaaaaaaa". Pues que llore hasta que se canse. "Buaaaaaaaaaaa". Yo a lo mío, ¡Ay! ¡Qué golpe!, ¡Porras! Se me cae todo. "¡Buaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!". El caso es que sigue llorando, esto ya no es normal. "Buaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa". ¿Y si le duele algo...?

miércoles, 30 de diciembre de 2009

El descubrimiento del parque

Gracias mamá. Desde que sigo tu consejo con el parque mi vida ha cambiado. Por fin tengo algo de tiempo para mi. No mucho, pero en comparación con la esclavitud a la que me tenía acostumbrada Daniel es algo maravilloso. Lo "tiro en el parque" y allí se queda un ratito entretenido con sus juguetitos.

A veces dura más, otras menos y otras nada, pero el caso es ir acostumbrándolo. Los principios de Daniel fueron muy duros. Lo tenía todo el día colgado del pecho y en brazos. La cuna no quería ni olerla.

Ahora tienes sus días. Cuando tiene días buenos es un descanso para mi. Cuando tiene días malos lo tengo colgado de mi de nuevo. ¡Qué bonita la maternidad!

Lo malo es que aquí, en Madrid, no tengo parque, así que he tenido que echar mano de la cuna de viaje, que Raúl ha montado en el salón. Por ahora me conformo, pero cuando ya pueda sentarse el solito le compraré el parque para que pueda agarrarse y asomarse el solito.

martes, 29 de diciembre de 2009

Contrastes meteorológicos


El pequeño Daniel tiene la suerte o la desgracia de andar entre dos mundos muy diferentes: la península y las Islas Canarias. Aquí en Madrid hace un frío que pela y en Canarias estábamos a temperaturas de verano.

En la isla un día lo tuvimos que tener un rato en pañales porque el pobre se asaba. Y eso que estábamos en pleno diciembre. Los paseos se podían alargar tres horas. Nos sentábamos en terracitas a tomar algo. Eso sí que es vida.
A nuestra vuelta a Madrid, Daniel y yo nos dimos de frente con un frío polar que duró muy poco, ya que a día de hoy se han suavizado las temperaturas, pero aun así, estamos hablando de frío. Al enano no le hizo mucha gracia cambiar la ropita cómoda veraniega por el buzo agobiante una talla más grande que él. Cuando le ponemos el gorro comienza a llorar y no para hasta que le coges para meterlo en el carro. Porque, eso sí, este niño es un juerguista y le encanta salir a pasear. Lo mejor es que se suele dormir en el carrito.

Para la madre también han cambiado las cosas de pasear tranquilamente bajo un sol abrasador o bajo la lluvia y el frío.

Pasado mañana volvemos a Las Palmas de Gran Canaria, así que vuelta al calor y a los largos paseos.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Su primera noche fuera


El 26 de diciembre decidimos dejar al niño con su abuela Chari toda la noche para poner la calefacción en casa y calentarla para cuando llegara Daniel. Habíamos pasado dos noches en casa de mi suegra y probablemente nuestra casa estaría helada.

Así que, aunque no las tenía todas conmigo, le dejamos allí para que pasara la noche. Daniel tiene mal dormir y, a veces, le dan unas perretas exageradas, así que tenía miedo de que les diera una noche de pesadilla a Chari y a la abuela Paca.

Ellas y Raúl lo confundieron con preocupación por el pequeño. "Tienes que empezar a despegarte de él" me dijo mi marido. Pero puedo asegurar que las que me daban verdadera pena eran Chari y la abuela. Además me remordía la conciencia, porque tengo muy asumido que a los niños los tiene que aguantar su madre. Que en este caso soy yo.

Afortunadamente todo salió bien y las dos parecen dispuestas a repetirlo, de lo que me alegro intensamente. Parece que Daniel se porta mucho mejor cuando yo no estoy.

Presentación en Las Palmas

Cuando fui a Las Palmas mis hermanos iban a conocer por primera vez a Daniel. Estaban deseándolo. Fernando, Silvia y Marian (mi cuñadita), lo acogieron con los brazos abiertos. Mi madre ya lo conocía porque vino a ayudarme en sus primeros días, pero no veía el momento de reencontrarse con él. No se podía creer todo lo que había cambiado en dos meses.

Como ya he contado mi hermana tuvo un encuentro muy intenso con él en el aeropuerto. Mi hermano vino a verlo con mucha curiosidad. De repente decidió llevárselo a Natalia al colegio, que está a un minuto de la casa de mi madre. Así que ni corto ni perezoso agarró al enano y se fue con él a la calle. A mi casi no me dió tiempo a decir nada, y mucho menos a acompañarlo. Era la primera vez que estaba tan lejos de mi hijo. Y lo agradecí, la verdad. A Natalia le hizo muchísima ilusión que su primo fuera a buscarla a la salida del colegio.

Durante mi estancia allí mi madre se lo llevó de paseo con sus amigas un día y mi hermana a un centro comercial con una amiga otro. ¡Que descanso! Aunque estás pendiente de su regreso disfrutas de esos momentos paz al máximo.

La bienvenida



Cuando me enteré de que estaba embarazada me dio un poco de miedo que mis sobrinos le tuvieran pelusilla al nuevo miembro de la familia. Por parte de mi familia política tenemos a Rodrigo y a Alonso. Los dos adoran a Raul, con lo que era posible que no les hiciera gracia que se convirtiera en padre. Por el otro lado, tengo un sobrina, Natalia. Ha sido hija, sobrina y nieta única durante cinco años. Así que le llegaba un competidor.

Todos mis temores se esfumaron en cuanto nació Daniel. Los tres lo acogieron con mucho cariño. Rodrigo ayuda a calmarlo cuando llora, Alonso pregunta siempre por él y para Natalia es como un Nenuco de verdad. Le da el biberón, ayuda a bañarlo, le pone la chupa (en la península, chupete)....Está encantada con su nuevo juguete.

domingo, 27 de diciembre de 2009

Las primeras Navidades con Daniel


Las Navidades se esperan con más ilusión si hay niños de por medio, aunque en nuestro caso el niño era un bebé demasiado pequeño y no se ha enterado de nada. Bueno, de algo se ha enterado. De que había crecido el número de personas haciéndole monerías, así que el 25 fue un día en el que sonrío mucho. Le hicieron muchos regalitos que yo le iba pasando diligente. El los miraba y me miraba a mi sin comprender. A veces los aferraba con su manita pero sin saber muy bien lo que hacía.

Como no podía ser menos, teníamos preparados graciosos pijamitas para Daniel (de chinito y de ovejita). Como dice mi cuñado Luis "A otros niños los han vestido de forma más ridícula". El bebé ha pasado de mano en mano encantado y se ha ido a dormir tarde tan a gusto. Eso sí, las noches no han sido muy buenas. Es lo que pasa cuando le cambias el ritmo a un niño tan pequeño.

El día de Navidad Daniel cumplió tres meses. Parece mentira lo que ha crecido este enanito.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

El infernal viaje de vuelta

Si el viaje de ida fue maravilloso el de vuelta fue una pesadilla. Volvimos el 21 de diciembre. El día en que un temporal de nieve asoló Europa y los aeropuertos se colapsaron. Esta situación se juntó con la cercanía de las Navidades, con lo que fue imposible cambiar mi billete para el día siguiente. Para más Inri cayó una tormenta impresionante en Las Palmas de Gran Canaria. Algo más que improbable en esa región. Los coches sec multiplicaron por mil haciendo muy tedioso el trayecto hacia el aeropuerto.

Para evitarle una espera de horas al bebé decidimos hacer lo posible para cambiar el billete o, al menos enterarnos de la hora exacta de salida del vuelo. Para lograrlo mi hermana fue al aeropuerto temprano, pero tras horas de espera e informaciones contradictorias volvió a casa diciendo que lo único que había sacado en claro es que el aeropuerto de Gando era un caos, que la facturación permanecía cerrada y que el vuelo se había retrasado a las 20.40. Su hora en un principio habían sido las 19.25.

Teniamos que llamar a un número de información cada poco tiempo para saber si iban a haber más retrasos.

Dio la casualidad que una amiga de mi madre con contactos en el aeropuerto iba esa tarde a mi casa de visita e intentó ayudarnos (Mil gracias Romina). Consiguió un número de teléfono interno, pero no consiguió avanzar más porque comunicaba todo el tiempo. Con el teléfono de información ocurría tres cuartos de lo mismo.

Un rato después de que Romina abandonara la casa me di cuenta de que nuestro teléfono estaba estropeado y que por eso comunicaba. Al intentar llamar a Raúl para avisarle del desaguisado me dio comunicando. Algo imposible teniendo en cuenta que en casa tenemos la llamada en espera y nunca comunica.

Histérica llamé al numero interno desde el móvil de mi madre, porque para terminar de rematar la faena, yo no tenía saldo en el mío. El chico que me cogió el teléfono me dio una noticia terrible. "Si no tienes ya la tarjeta de embarque has perdido el vuelo". Tras contarle mi odisea, que la culpa era de ellos por darme un información falsa y que tenían la facturación cerrada en su momento accedió a ayudarme a regañadientes y me instó a salir pitando al aeropuerto en ese mismo instante.

Mi hermana nos llevó. El atasco era impresionante, así que llegamos pasadas los 20 horas. Una vez allí nos atendió una señora encantadora que me facilitó las tarjetas de embarque sin nigún problema. El avión saldría a las 23.15 finalmente. Silvia nos acompañó a Daniel y a mi hasta las 22.45. Cenamos y nos dimos una vuelta para que el niño se durmiera. Hubo que cambiar a Danielito en el baño porque tuvimos un caso de cacatosis, pero dentro de lo que cabe el tiempo se me pasó rápido.

Al fin me quedé sola con el pequeñajo. Afortunadamente no me hicieron desmontar el carrito en el control. No pusieron la puerta de embarque hasta el último segundo. Por fin en el avión los asientos no estaban asignados. Menos mal que el personal me ayudó muchísimo. La presión fue terrible, peor que a la ida. Menos mal que el truquito de darle de comer en los momentos oportunos dio resultado de nuevo. Con mucha dificultad le preparé el biberón y se quedó dormido como un tronco todo el viaje. Al aterrizar le di de mamar.

Al llegar a nuestro destino hubo que esperar en el "finger" a que trajeran el carrito. Menos mal que me ayudó a montarlo un chico muy simpático. No veía la hora de llegar a casa. Salí de la zona de las cintas tan deprisa como pude y allí estaba esperando el feliz padre. El reencuentro entre Raúl y Daniel fue muy bonito. El intenso cansancio de ambas partes estropeó un poco el momento, pero se notaba que Raúl estaba deseando ver a su hijo. Mi marido había pasado esos días en China entre trabajo y turismo. La sonrisa de ambos premió mis esfuerzos.

martes, 22 de diciembre de 2009

Su maravilloso primer viaje en avión

Como ya he comentado, me fui a pasar unos días a casa de mi madre en Las Palmas de Gran Canaria. Desde Madrid la única opción factible es el avión. Así que me preparé para el viaje. Daniel me parecía muy pequeño para esta aventura, pero yo viajé aún más pequeña hace ya unos cuantos años que no comentaremos.

Una amiga me dio una consejo buenísimo. Dale de mamar (o biberón) cuando el avión despegue y aterrice, así no se le taponarán los oídos por la presión. Gracias Katy. A pesar de ser chicharrera eres un sol (es bromaaaaaa).

El viaje fue increiblemente bueno. Me ayudaron muchísimo. Aunque el control fue un rollo de pasar ya que hay que desmontar el carrito pasarlo por los rayos X. Quitarse las botas. El bebé hay que llevarlo en brazos por el detector. Y luego volver a montarlo todo. Si no te ayudan es imposible.

Yo en cuanto podía le soltaba el niño al que me ofrecía una mano. Y casi todos encantados de cogerlo y hacerle mimitos, porque, la verdad, es que se portó estupendamente.

Encima no hubo retrasos. El avión llegó incluso antes de su hora. Al llegar me vi en un problemilla con la mochila, la bolsa, la maletita del niño y el bebé en brazos, porque Iberia me dio el carrito por la cinta. Así que tuve que salir a buscar a mi herman y soltarle el niño sin contemplaciones. La pobre se vio de repente con Daniel en brazos y sin saber que hacer. Silvia no es muy niñera. Pero cuando salí con el carrito me los encontré tan amigos. Desde entonces se quieren muchísimo. Hasta se lo llevó a un centro comercial con una amiga un día. Y yo me quedé en casa mordiéndome las uñas hasta que volvió. Es que no se puede ser una mami histérica como yo.

El niño durmió todo el viaje en avión y se portó como un angelito. Fue una experiencia alentadora. Qué fácil me pareció viajar con mi niño.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Su primera palabrita gutural

Cual no sería mi sorpresa cuando, de repente, en algún punto entre el primer y el segundo mes, mi hijo articuló un perfecto "Gu". ¡Qué ilusión más tonta me hizo! A los pocos días soltó un no tan perfecto "Ajó". Yo que pensaba que estas onomatopeyas eran cosas de comic como el famoso "Zzzzzzzzzzzz" de los durmientes, pero no. Ahí estaba mi Daniel soltando sílabas perfecta. No quiero ni pensar el alegrón que me va a dar cuando el enano diga su primera palabra. Con mi suerte lo hará en la guardería.

Confieso que hasta que tuve al niño mi conocimiento en bebés era más que limitado. Digamos cero patatero. Ahora hemos ampliado algo los horizontes, pero aún me queda muchísimo. Cada día aprendo algo nuevo. A las buenas o a las malas.

Eso sí, el "tatata" se le resiste. Aún no se lo he oído decir y eso que va para tres meses. La verdad que Daniel cambia todos los días. Un día esboza una amplia sonrisa y al siguiente se chupa la manita con fervor o se lleva los juguetes a la boca con toda autonomía. Lo que antes me parecían tonterías de padres babeantes se ha convertido en toda una aventura. Sí, ahora soy una madre babeante. Éste debe ser el milagro de la vida.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Si no es una cosa es otra

Los bebés son muy complicados. Nunca sabes que es lo que tienen. Y eso causa una honda preocupación. Tan grande que muchas veces te preguntas si todo va bien aunque no llore. ¿Comerá lo suficiente? A lo mejor le doy demasiada leche. Está un poco gordo. Hoy le encuentro en los huesillos. Uf, le cuesta mucho dormir. Eso es malísimo para la salud del bebé. Y ahora se ha quedado tan dormido que no es normal. ¿Respira? Voy a comprobarlo. Parece que está un poco demasiado caliente. Uy, que fría tiene la piel. Y para qué seguir.

Una de las peores dudas tiene que ver con la meteorología. ¿Tiene frío? ¿calor? ¿le tapo? ¿no le tapo? Dudas dudas. Espero que no se coja un resfriado. A lo peor ya se lo ha cogido. El caso es que estornuda...

Menos mal que mi marido tiene una paciencia infinita y siempre tiene una respuesta tranquilizadora: "Está bien". Claro que, como la repite tanto, a veces la mami no se fía de su palabra y recae en la honda preocupación. Creo que a partir del 25 de septiembre en adelante no voy a conocer la paz.

viernes, 18 de diciembre de 2009

¡Engué!

Mi hijo domina el noble arte del Engué. Consiste en gritar la singular palabrita y su madre aparece a su lado como por arte de magia, sea lo que sea que estuviera haciendo. A veces aparece en condiciones deplorables (como el día que estaba comiendo langostino y mis manos atufaban). Todavía no me atrevo a ducharme estando sola con el niño.

Estoy pasando unos días con mi madre que trata de reeducar mi exagerado instinto maternal. Metemos a Daniel en el parque y allí lo dejamos hasta que empieza a llorar. O ese es el plan. En cuanto oigo "¡Engué!" me cuesta mucho permanecer en mi sitio. "Resiste", me anima mi madre, "Sé fuerte". Y allí está Daniel recrudeciendo sus "engués". Y la mami pasándolo mal. Por ahora he tenido algún progreso, pero la cara de mi madre expresa que aún no es suficiente.

Si estuviérais aquí también os daría pena el niño gimoteante. Según mi madre el niño no está llorando y según yo se desgañita. Es el cuento de siempre de que depende de según quien mire.

Mi marido y mi hermano piensan igual que mi madre: "Déjale llorar", pero a mi me da pena ver al niño llorando y roncando como un cerdito.

En cambio mi hermana es como yo. Un día lo dejé en del parque y me fui a la cocina a lavar el biberón. Por supuesto, comenzó a gimotear. De repente paró. Volví al salón emocionada pensando que por fin le había desacostumbrado a los bracitos. Pero cuando llegué me encontré a mi hermana acunándolo. "Es que estaba llorando" me suelta, como si cada uno sus "engués" no se me clavaran en el alma.

jueves, 17 de diciembre de 2009

El sueño del bebé

"Los bebés comen y duermen". ¡Méntiraaaaaaa! y gorda. Algunos bebés comen y duermen. En mi caso el bebé come, come, come y no duerme. Encima llora porque tiene sueño. No entiendo esa incongruencia. Si tienes sueño.. ¡Duermete! Lo que peor llevo es que se le caen los párpados y el muy bicho hace una fuerza sobrehumana para seguir con los ojos abiertos. Y bien abiertos.

El caso es que me ha salido un hijo muy curioso y quiere estar en todos los saraos. No se quiere dormir porque no se quiere perder ni jota. Así que ya me ves a mi y al que se tercie en ese momento (sobre todo a mí, claro) con niño para arriba, niño para abajo, meciendo, meciendo, ea ea ¡Duermete de una puñetera veeeeeeeez! Pero él nada de nada. Los ojitos abiertos como platos. Cuando por fin piensas que se ha dormido haces malabares chinos para dejarlo con cuidadito en su cuna, pero tus esfuerzos son infructuosos porque el condenado se despierta al poco de haberlo acostado. Algunos se despiertan nada más dejarlos en su cuna, pero el mío es más sádico. Prefiere que pienses por unos minutos que lo has conseguido y cuando inicias una actividad cualquiera, como por ejemplo fregar los platos, es cuando empieza a berrear pidiendo tu atención. Un tesoro de niño.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Animalitos


"Y ahora que vas a tener un hijo echaras a los gatos ¿no?" Aunque parezca mentira esta burrada la he tenido que oir demasiadas veces durante mi embarazo. Gente bienintencionada que hacen afirmaciones que duelen. Yo adoro a mis gatitos. me encantan los perros, los gatos, las cobayas, los conejos...Yo sería incapaz de abandonar a mis peludos amigos (algo traicioneros de vez en cuando, pero que pretendo...¡Son gatos! Esta es la frase más bestia, pero las ha habido de todos los grados. La que más he oído ha sido "Ahora tienes que tener mucho cuidado". Como si los gatos fueran más peligrosos que una botella de lejía a mano del niño cuando ya camine o que un enchufe.

En realidad mi gatos se han dedicado a oler al nuevo miembro de la familia y poco más. Missi, de vez en cuando piensa que puede ser un cojín mullidito, pero ahí está la madre con dos dedos de frente para frenarle las patas. A mí, la verdad, es que me dan más pena ellos porque cuando este niño comience a caminar no se van a librar de sus diabluras.

Mi madre tiene dos perritos que le han cogido cariño al bebé y da gusto verlos a los tres juntos, aunque, eso sí, bajo mi atenta supervisión. Como en todo momento con mi bebé.
Pero no todo es color de rosa. Se me ponen los pelos de punta cada vez que duermo al bebé tras muuucho esfuerzo y veo a un indolente gato acercarse a él con intenciones inciertas. Normalmente no tiene ningún interés en el bebé, pero sí en restregarse contra él maullando lastimeramente, con lo que ya tenemos a un bebé despierto y encima berreando del susto.
Ayer fue el colmo. Estoy en casa de mi madre. Estaba sola con el bebé y los dos perros. Duermo al niño y los canes eligen justo ese momento para jugar a lo bestia con ladridos incluidos, con lo cual el susto del niño fue morrocotudo. Con todo mi mimo lo cojo en brazos, lo calmo con mucha paciencia, esfuerzo y ayuda de la teta. Se vuelve a dormir. Así que lo estoy dejando con sumo cuidadito en el parque que tenemos en el salón para esos efectos cuando oigo un aflautado ladrido. Justo en el momento en el que comienzo a oir de nuevo el berrido infantil veo como Apple, la perrita, está justo a mi lado. "Matarl, matarl". Coge al niño, cálmalo, más teta. No es suficiente. Biberón. Se duerme. Al parque. Me voy a cenar por fin. De repente me acuerdo que no lo he tapado. El pobre va a coger frío. Voy a volver para taparle. Con tan mala suerte que le doy una patada a un hueso de los perros que va a dar justo en una pata del parque con un estruendo ensordecedor.
"Buaaaaaaaaaaaaaaa". Vamos, menos mal que en ese momento no se me acercó ni Apple ni Tapón, el otro perro, porque de la patada que les meto aparecen en Sebastopol. Y eso que les quiero mucho. ¿He dicho ya que soy una persona de arrebatos? Poco después llegaron mi madre y mi hermana. Me cogieron al bebé. Lo calmaron. Y los perritos y yo hicimos las paces.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Cacatosis y babatombes

Seguro que habéis oído alguna vez que los bebés huelen a rosas y que son relucientes. Nada más alejado de la realidad. Los bebés son mocos, cacas y babas. Los coges con mimo y ellos te ofrecen un asqueroso buche. A veces echas de menos una mascarilla antigás cuando abres con mucho cuidadito el pañal y otras veces te dan desagradables sorpresas cuando estás en plena faena. Yo ya estoy acostumbrada a ir con la camiseta baboseada (en el mejor de los casos). Supongo que el día del parto algún cambio en tu cuerpo te hace un poco más resistente a estas situaciones que otras personas que no son mamás.

Lo peor es que muchas de estás mamás, no sólo se vuelven casi invulnerables sino que se ven impelidas a compartir sus experiencias escatológicas con los demás. Uno de mis miedos era volverme una entusiasta fan de las cacas de mi niño. Afortunadamente no ha pasado así.

Ojo. Mi niño es el más guapo del mundo para mi, pero la adoración no me lleva a pensar que sus excrementos huelen a rosas o que las pompitas que hace con la nariz son muy graciosas.

De hecho voy a acabar ahora mismo este texto porque me trae recuerdos que me revuelven el estómago y que no pienso compartir con nadie.

sábado, 12 de diciembre de 2009

La gente, las madres, las vecinas, el que pasaba por ahí...

Lo peor de tener un hijo es la abundancia de información, consejos, ordenes, advertencias...incluso amenazas, con las que te encuentras en tu entorno. "Si no le pones la chupa nunca más volverá a dormir". "Si le pones la chupa se le deformará el paladar y jamás volverá a cogerse bien al pecho". "Este niño está desnutrido". "Este niño está muy gordo". Y pase lo que pase la culpa siempre es de su madre que "ALGO" hace mal, nunca del niño. Si no duerme es porque le cojo demasiado o le hago mucho caso o no le doy suficientemente de comer o porque no le dejo llorar lo suficiente o porque debería darle una medicina muy buena que se vende en las farmacias... El caso es que nunca es porque al niño no le viene en gana cerrar esos ojazos tan preciosos que tiene. Y así con todo lo que os podáis imaginar. Mis preferidos son "El pediatra no tiene ni idea" y "¡Qué sabrá la matrona!". Otro punto caliente son los bracitos. Por un lado "Si el niño se acostumbra a estar en brazos estas perdida", y por otro "Los niños necesitan mucho amor".

Todos tienen una opinión y la comparten contigo. Algunas ayudan y otras te lanzan por un camino equivocado. ¡Ojo!, equivocado según tú, por supuesto, y porque alguna actitud del niño te da a entender que puede que no funcione esta técnica en tu caso. En otro puede que sí. Cada madre y cada niño es un mundo.

Lo malo de estas situaciones es el sentimiento de culpabilidad que me embarga cada vez que cambio el método y pienso en mi hijo como un conejillo de indias en mis inexpertas manos. Otro horror que conllevan estos consejos radica en que minaron mi seguridad en mi misma, ya no sabía que era bueno o malo para mi hijo y se pasa muy mal si acabas pensando que tus errores le perjudican de manera irreparable. Después de una corta temporada de sufrimientos llegué a la conclusión de que todos los que conozco fueron bebés en su día y salieron adelante con errores de sus madres y sin ellos, así que mientras Daniel esté sano y feliz en su inconsciencia de bebé todo marcha.

viernes, 11 de diciembre de 2009

En casa

Por fin en casa. Solos el bebé, Raul, yo y mi santa madre, que no veas lo bien que viene en esos momentos la ayudita. Sobre todo si el angelito se convierte de repente en un demonio berreante. "¿Crees que porque te he dejado descansar en el hospital todo el monte es orégano? Pues estas apañada" O eso me pareció que pasaba por la cabeza de mi tierno infante. Desde el principio dijo que el cuco me lo quedara yo, que el estaba más cómodo en la cama de matrimonio.

Al principio lo ponía entre Raúl y yo porque me parecía que a él le hacía ilusión, pero una noche un sexto sentido me avisó de que una enorme mole amenazaba con aplastarnos a mi hijo y a mi. Así aprendí que las madres, supongo que en general, adquirimos con el parto un poder extra que nos ayuda a criar a los niños. Algo así como el sentido arácnido de Spiderman, que aumenta la tosecilla del bebé varios millones de decibelios para que te retumbe en tu oreja, mientras el feliz padre ronca que te ronca.

Cada noche que pasaba mi cama se llenaba más y más de cojines y mañas para hacer más cómoda mi velada. Me quedaba dormida sentada con el niño enganchado, y aún hoy me pasa esto. Menos mal que mis cuñados me regalaron un cojín para pobres madres con bebés lactantes que no pegan ojo ni de casualidad si no es pegado al pecho.

Lo primero que hacía cada mañana era soltarle a mi madre el enano y meterme en el baño como una fitipaldi. Al principio me ayudaba Raul gracias a los quince días de permiso por paternidad (mi madre había vuelto a Las Palmas poco después de haber parido yo). Cuando se le acabó el permiso mi madre volvió para echarme una manilla. pero llegó el día en el que tuve que enfrentarme sola a la realidad. El niño y yo solos. Y de verdad que me estampé. Ir al baño era un lujo. Comer algo imposible. Dormir menos. Los nervios destrozados. Para que luego digan que la maternidad es lo mejor que le puede pasar a una mujer. Mentira, lo mejor que le puede pasar a una mujer es que le toque un fin de semana gratis en un balneario para recuperarse de la tan cacareada maternidad.

El caso es que a los hijos se les adora y cuando perdía los nervios, por la falta de alimento y sueño, regalándo a mi hijos los oídos de una manera impropia (menos mal que aún no me entiende), segundos después me devoraba un enorme sentimiento de culpabilidad. Entonces le abrazaba y lo besaba con mucho sentimiento. A día de hoy me huelo que todo esto al niño le importaba un pito. El sólo debía pensar "¿Qué es ésto? ¿Qué hago aquí? ¿Por qué no floto y como cada vez que abro la boca? ¿Y a esta loca que le pasa? A mi que me arrime la teta y que se deje de historias". Y yo se la arrimaba aunque sólo fuera para que se callara, y le cambiaba el pañal, y le quitaba los gases, y le acunaba y seguía berrea que berrea en cuanto le soltaba en su moisés. Bracitos, bracitos y mucha teta. Eso es lo único que quería mi niño. Menos mal que ahora, con casi tres meses, ya le gustan también otras cosas, aunque aún no le gusta eso de que le tumben en algún sitio y le dejen solito.

lunes, 7 de diciembre de 2009

En el hospital

Una vez arreglado el niño me lo enchufaron conmigo en la cama-camilla y vuelta a Dilatación a esperar que se quedara libre una habitación en planta. La familia política había llegado hacía horas a pesar de que Raúl les había dicho que aún quedaba un rato para que Daniel asomara su cabecita coniforme. Mientras esperábamos el feliz acontecimiento entraban de uno en uno para darme ánimos, pero una vez expulsado el enano se congregaron todos en la mini habitación. A todos le pareció muy guapo el niño, lo que demuestra su mal gusto o lo bien que se les dan las mentiras piadosas porque el pequeñazo parecía sacado de la serie “Alien nation”. Eso sí, desde su primer minuto de vida ya le encontraba yo una gracia especial. No porque sea mío, noooooooo. Es que la tiene. Ejem, ejem.

Los únicos que se acordaron de la pobre madre en ese momento fueron mis cuñaditos Luis y Marta que aparecieron con una caja de lenguas de gato. Ummmmm, chocolaaaaaaaaaate. Puntualizaré que he sido una triste embarazada diabética, aunque he de confesar que a partir del 13 de agosto, mi boda, pequé, pequé y pequé repetidas veces. Es que la Luna de miel la pasamos en Portugal y que dulces, bollos y repostería varia encuentras allí, de cinco estrellas, para chuparse los dedos, slurp, slurp. No hay palabras.

Una matrona entró y me enchufó el niño en el pecho. Oye, no se lo pensó dos veces y me estrujó el pezón con ahínco. Se podía oir perfectamente como succionaba. Impresionante y un pelín doloroso.

Por fin me dieron habitación y hasta la cuarta planta que nos llevó el celador. Pero una vez allí nos quedamos en el pasillo. Nos habían anunciado la vacante de forma precipitada, así que la enfermera le ordenó displicente al celador que nos dejara en el pasillo o de nuevo donde nos había recogido. Al celador se le hincharon las narices y le espetó que en el pasillo iba a dejar a su madre. Con lo cual se enzarzaron en una incómoda discusión que presenciamos madre, hijo y familia política mientras disimulábamos que no iba con nosotros. Finalmente el celador cogió las riendas de la camilla de nuevo y me devolvió a Dilatación despotricando contra las enfermeras de la cuarta planta. Así es la Seguridad Social. Así y, a veces, peor. Al rato, otra vez para arriba. Ahora sí. Ya tenía habitación y Daniel cunita.

Las habitaciones eran compartidas. La chica que nos tocó al lado también era primeriza, pero se la veía muy ducha en estas lides. Su marido era un huevón que no hacía nada de nada. Solo estar. Afortunadamente, en mi caso Raúl se hizo cargo de la situación rápidamente, porque los efectos de la anestesia comenzaban a disiparse y el dolor se hacía notar. Me costaba moverme un mundo. Teniendo en cuenta qaue la chica de al lado se movía sin problemas y lo orgullosa que soy yo, me estaba entrando la depresión posparto.

Nuestro vecinito bebé se llamaba Hugo y no hacía más que llorar. Más tarde nos enteramos que lo que tenía el pobre era hambre. Le dieron un poquito de leche y le cambió la cara de demonio berreante a angelito durmiente. Parecía un milagro.

La primera noche la pasé muy bien. Estaba tan cansada que dormí casi del tirón. La verdad es que me costó hasta oir llorar a mi hijo. Aunque finalmente me desperté y lo enchufé al pecho. Mi niño, pobrecito. En cambio Raúl tenía una versión muy diferente de su primera noche y sus grandes ojeras le sirvieron de testigo. "El niño Hugo berreando, el marido roncando, estuvieron con una tele portatil hasta las mil grrrr, grrrr. El suelo estaba duro y frío...¡Mi espaldaaaaaaaa!".

Menos mal que al día siguiente venía mi madre al hospital y él se pudo ir para ducharse y descansar. A pesar de todo le costó despegarse de su hijito. Casi le tuvimos que echar a patadas.

Por la tarde nos concentramos un grupo más numeroso en la habitación. La enfermera cogió a Daniel y le quitó la venda del a cabeza. Se hizo un silencio sepulcral. Vaya pepino que tenía por cabeza. "Eso se arregla", "En un mes ya tiene la cabeza redondita", "Aun así es guapo".

Al principio el comentario era unánime: "¡Este niño es un santo!" "Nunca llora" "¡Angelito!". No sabía la que me esperaba luego.

El trato en el hospital fue bueno en general, pero todavía no entiendo por qué casi me voy con la vía a casa. Me cansé de pedir a las enfermeras que me la quitaran y nunca tenían tiempo porque, según ellas, estaban superadas. Poco antes de dejar el hospital, 48 horas después del nacimiento, una de ellas me la quitó en un minuto. ¡¡En un minutoooooooooo!!! Y hasta entonces cuidadito al moverme, cuidadito al ducharme, ay ay me dí en la vía y se me ha movido la aguja. ¡Qué grima!

El caso es que no veía el momento de irme a mi casa y cuando por fin me dieron el alta empezaron a venir familiares, Raúl se fue a buscar el coche, tardó una eternidad...El caso es que parecía que no me podían sacar de la habitación ni con aceite hirviendo y eso que hubo mucha presión por parte de las enfermeras. "¿¿¡¡Todavía aquí!!?? Pero al final nos fuimos, rumbo a lo desconocido.

viernes, 4 de diciembre de 2009

El parto

“Raúl déjame tu móvil que tengo que llamar al trabajo”, “¿Pero no sería mejor llamar luego?” Este chico siempre me lo tiene que poner difícil, discutiéndome hasta la cosa más nimia. “Es que prefiero llamar ahora”, “Ya, pero es que ahora estás pariendo” Paciencia, paciencia. “Sí, pero con la epidural ya soy otra. Dammme el teléfono gñ gñ”, “Pero…”, “Groarl”, “Vale, vale. Toma el teléfono”, “Mil gracias amor”. La verdad es que la epidural es una maravilla, me sentía mejor que nunca. Marqué el teléfono de la oficina. “¿Síiiiiii?”, era Rocío, la secretaria de la Jefa. “Estoy de parto”, “¡¡LO SABÍAAAAAAAAAAAA!!, ¡Lo sabía! Desde que he visto que no aparecías me dije: ésta está de parto. Pero como es que llamas tú, ¿Ya ha nacido? ¿Cómo estas?” Que maja ¿verdad? Le dije que aun no había nacido y que ya nos veríamos dentro de cuatro meses. En ese momento sonaba bien. No sabía lo que me esperaba.
Ahora a llamar a mi madre: "Mama, estoy de parto". "¿Qué? ¡¡¡¿Cómo?!!! ¿No me has esperado? No te lo voy a perdonar en la vida ¡hija desnaturalizada!", "Pero mamá, si la fecha límite para pariera el 10 de octubre y tú te venías a Madrid desde Las Palmas el 8. Era bastante fácil que el niño naciera antes" "Nada, nada. Desheredada y maldita para toda tu vida. Y te cuelgo que tengo que comprar un billete de avión. Besos, besos". Que poco le gusta viajar. Pero en esta ocasión no le quedó más remedio. Aunque sugirió que me fuera a Las palmas a parir. Si por intentarlo...
Las matronas entraban y salían como Pedro por su casa. Te miraban las constantes del bebé y las contracciones, te soltaban un comentario amable y se iban de nuevo. De vez en cuando te despatarraban de una forma humillante y comprobaban por dónde iba la cabeza del chiquillo “Este nace ahora mismo” me decían. Según Raúl estaba teniendo contracciones a lo bestia, pero a mi plim. No notaba más que un agradable cosquilleo y una modorrilla interesante. Una de las matronas nos aseguró que ya se veía la cabeza “Mira futuro papá, ¿ves el pelito?” “Ummmmm, siiiieh”. “Síiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, ¿lo ves? ¿lo ves?" Le pregunté emocionada, pero en seguida le noté en la cara que ni pelito, ni cabeza ni nada de nada. Supongo que hay que ser matrona para ver tan en mi interior.

“A ver. Intenta subir una pierna para ver como va lo de la epidural” me mandó una de las matronas, así que yo le obedecí diligente. “mmmmmmmmmññññññññprrrrrrrffff”, “grrrrrrrrrrrrrmmmmmfprrrrrrrmmmmmmmmmm”, puf, puf, que gran esfuerzo. “Bueno, ya ¿no?”, la cara de la enfermera me lo dijo todo “la verdad es que no, no la has subido nada de nada. Creo que será que te bajemos la epidural” No. No. Nooooooooo. Pero no tuvo compasión de mí y me la bajaron. Menos mal que seguí sin notar dolor.

Por fin me metieron en el paritorio. “¿El marido va a entrar?” Miré expectante a Raúl. Estas cosas no suelen ser su fuerte. Pero para mi sorpresa se mostró más que dispuesto. Y no se limitó a quedarse en un rincón. Lo vio todo desde la primera fila. No lo podía creer. Yo pensaba “Y ahora es cuando no lo resiste más y se desmaya”, pero no. De hecho se le veía muy feliz.

“Vamos a ponerte sentada para que puedas ver como sale tu hijo” Si no tengo interés… “Bueno, como quieras” Ay, que poca personalidad tengo. “Sujétate con las piernas” Difícil. “Pero incorpórate ya, ummm, ¿A qué esperas?”, “es que se han pasado un pelín con la epidural” La matrona no insistió y se conformó con que pariera de la forma tradicional.

“Empuja, ahora” “Ummmmmmmmmmmmmmpff, Ummmmmmmmmmmpff” “Muy bien, empujas de maravilla, tu segundo hijo saldrá propulsado y se estrellará contra la pared de enfrente” Me alegro mucho, pero agradecería que nos centráramos en éste primero. Me dijo que en tres empujones estaría fuera y puedo asegurar que yo conté más de tres, unos cuantos más. “A ver si nace de una veeeez” pensaba para mis adentros sintiéndome un poco engañada. Y al fin salió. Me pusieron encima una cosita sanguinolenta y desorientada con cara de “Qué pasa, qué pasa”. Enseguida me lo quitaron y lo llevaron para arreglarlo un poco y medirlo. Entonces lo oí. Ese “Buaaaaaaaaaaaa” penetrante que me taladraría lo oídos durante mucho, muuucho tiempo. Y me eché a temblar.

La matrona comenzó a darme puntos en el desgarro. No me cortaron porque la matrona estaba convencida de que cabía “Que sí, hombre, claro que cabe, no te voy a hacer ningún corte, si tiene una cabeza pequeñita, pequeñita. Tú empuja, a ver, si empuja, más. Bueno, parece que la cabeza no era tan pequeña. Anda como me ha engañado el niño. Pues a lo mejor no cabe, pero el caso es que ya no puedo hacer nada. Ay ay que no cabe…vaya, pues al final te ha desgarrado un poquito, ejem, ejem”. Llegado un momento, la matrona requirió la ayuda de Raul. “Y dime nuevo papá ¿Tú crees que esto era más o menos así? Cómo tú ya lo has visto otras veces...”. Que estén hablando así de tus partes pudendas no suele ser agradable. Os lo aseguro. Raul se encogió de hombros y corrió a coger a su hijo en brazos. Estaba exultante.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Los dolores

Llevaba un par de noches durmiendo mal, la anterior no había pegado ojo y ésta parecía que iba por el mismo camino. Me levanté de la cama y cogí un comic de Enigma que me picaba la curiosidad desde hacía tiempo. Tenía muy buena pinta, pero no había tenido tiempo ni de ojearlo. De repente noté una presión familiar. “Otra vez al baño” suspiré. Era realmente un engorro, pero está claro que el embarazo viene unido a hacer del váter tu mejor amigo.

Me llevé un pequeño susto cuando vi que el papel higiénico estaba teñido de un leve rosita (Y no es que yo tenga la costumbre de mirar el papel higiénico cuando me limpio mis partes, pero me obsesionaba manchar y no darme cuenta. Puede ser el inicio de un aborto). Aparentando toda la tranquilidad de la que fui capaz entré en la habitación donde Raul roncaba muy bajito. ¡Dichoso de él! Muy pocas cosas le quitan el sueño. Le llamé en susurros y le expliqué de forma concisa que tocaba irnos a urgencias. Ahora a seguir las instrucciones de la matrona: duchita, comprobar la canastilla, mucha tranquilidad y al coche. Eran las cinco de la mañana, me pareció una señal extraña que coincidiera con la hora a la que me levanto de lunes a viernes para ir a trabajar.

Una vez en urgencias Raul se fue a buscar sitio y yo me encaminé a la sala de espera hasta que llegara él. Y allí nos pusimos todo lo cómodos que pudimos, cargándonos de paciencia para lo que sabíamos iba a ser una pesada espera. Para mi sorpresa no tuve que esperar tanto. Ahí estaba…EL DOLOR, el dolor en letras mayúsculas. Vino sin avisar y me dejó sin aliento. “Raul me estoy poniendo muy malita”. “Pues ve a buscar a la enfermera” me contestó con toda su pachorra. Así que me levanté con dificultad y le expuse a la enfermera que me dolía mucho y que la cosa iba en aumento. “Bueeeno, pues siéntate allí y ahora te atenderemos” Ya sabéis como van los "ahora" de la seguridad social. A lo mejor no fue mucho rato el que esperé, pero se me hizo eterno. Cuando por fin apareció alguien. Yo ya no podía sentarme recta en la silla. “¿Cada cuanto te dan las contracciones?” “¡Yo que sé!” “¿Cada cuanto te duele?” “¡¡¡SIEMPRE!!!” “Que venga de inmediato el tocólogo”. “¡Hombre! ¡Por fin!” pensé en ese momento, pero enseguida me di cuenta de mi error “Inmediato” en la seguridad social tiene un significado subjetivo. Para entonces a mi ya se me escapaban los gemidos. Al fin llegó el tocólogo y me despatarró en la típica camilla infernal para estos efectos.

¡Qué casualidad! El tocólogo era canario como yo. En ese momento maldecí para mis adentros la coincidencia porque le desató la lengua. Él no paraba de hablar mientras yo me retorcía en la camilla. No me extrañó mucho su comportamiento poco solidario, ya que enseguida me di cuenta de que era chicharrero. Es muy posible que me torturara conscientemente, pues él también tenía muy claro que yo era canariona. ¡Dios!! La rivalidad fronteriza me tenía que perseguir hasta un hospital de Madrid, ¡Y en qué momento más delicado! “Acelera Pepe que nos pare aquí mismo”, menos mal que la enfermera era más realista. “Bueno, pues ya está. Hacedle la ficha y la mandáis directa a Dilatación”.
¡¡¡La ficha!!! Pero si me estoy muriendo. Mandadme directamente a una cubeta llena de epidural malditos sádicos. Pero no lo hicieron. La enfermera metió el turbo y, afortunadamente, acabó la ficha en un periquete (como se nota que ella no era chicha).

Así que me vi volando por los pasillos en una silla de ruedas y con el dolor en letras mayúsculas creciendo a cada segundo. En Dilatación me esperaban tres matronas para subirme a una cama-camilla y hacerme entrar en razón. Nada más difícil. En esos momentos mis gritos se oían en Sebastopol. “¡¡¡Epidural!!! ¡¡Epidural!! Seré buena, por favor, no me torturéis máaaaaaaaaaaas”, pero las insensibles sólo sabían responderme con exasperantes “Respira” “Calmate” “Tranquila”. Odio que me digan “Tranquila”, si quisiera estar tranquila no estaría gritando como una energúmena. Para más INRI se atrevieron a comentar divertidas anécdotas de su vida personal entre ellas mientras yo agonizaba, con lo que tuve que redoblar el volumen de mis chillidos para que no se pudieran oir entre ellas y pusieran su atención donde debían: en mi, por supuesto.

De repente Raúl asomó la nariz por la puerta de la habitación. Y debió pegarse un buen susto cuando descubrió que su dulce mujercita se había convertido en la niña del exorcista. Pálido tomó asiento en un rincón, aunque no por mucho tiempo. Una de las matronas lo mandó al pasillo temiendo que acabara convirtiéndose en una urgencia más. Raul no se lo pensó dos veces y salió escopetado de la habitación. “¡Que pasa con la maldita epidural, incompetentes!”, está claro que esta situación sacó lo peor que hay en mi. Afortunadamente esto lo pensé y no lo dije en voz alta. Mi yo interno es un contestatario, pero mi yo externo es encantador y siempre sonriente. Es una pena que el interno de vez en cuando salga a tomar el aire y la tome con la pobre víctima propiciatoria que se cruce en ese momento. Y…sí. La víctima suele ser Raul, pero no hay de qué preocuparse. Ya está acostumbrado a estos arrebatos.

“¡Aleluya! Ahí llegaba la epidural. Rápido, rápido metedla en vena”. Pero no iba a ser tan fácil. “Fuiste a las clases preparto?” “Sí, síiiiiiiiiii ¡Epidural!” “¿Te acuerdas de la postura del gato?” “El Gato, sí, el gato, epiduraaaaaaaaaaaaaaaal” “Es muy importante que te acuerdes de cómo era” “Aaaaaaaaaaaaaaaaaaarg”. “A ver, encógete así, saca la columna vertebral hacia afuera…pero mujer, pon más empeño que no es así”. Para mis adentros “matar, matar”. “Muy bien, así, muy bien. Ale! Ya está el pinchacito, a que no has notado nada”. “Pues no, la verdad es que si te cortan la pierna no notas el dolor de cabeza, so vacaburraaaaaaaaaaaaaaa”, esto también lo pensé, pero no lo dije. En realidad sólo podía decir: “Aaaaaaaaaaah, aaaarg, ayayayayay”
De repente la droga salvadora empezó a correr por mi mitad inferior y todo cambió. Oye, que majas eran todas de repente, que amables, que calidad humana, que…zzzzzzzzzzzz. Pero no, no llegué a dormirme, casi, pero no. Me dió vergüenza en pleno parto.

Raúl volvió a la habitación y seguro que se alegró al ver cómo me había cambiado la cara. El dolor se había ido. Estaba tan a gusto que por mi el niño podía haber tardado una semanita en nacer. Pero Daniel no quiso esperar tanto.