domingo, 7 de noviembre de 2010

Lorena y Rubén vienen a ver a Daniel







Dos amigos del Hierro se han dado un salto a Madrid y han aprovechado para conocer en carne y hueso a mi pequeñajo. Ya venían advertidos por el blog de lo que se iban a encontrar, pero creo que la realidad superó a la ficción.

Quedé con ellos en un restaurante del centro comercial. Pensaba llegar para el café porque sabía que el enano me la iba a líar. Cuando me acerqué a la puerta aluciné con la cola para entrar. Llamé a Lorena para asegurarme de que seguían allí dentro. No iba a meterme en la lucha para nada. Y sí, allí estaban, en una mesa al fondo. ¡Qué suerte! Tocaba vérmelas con la marabunta hasta el final. "Perdone", "Disculpe", "Es que he quedado dentro ¿Me deja pasar?". Encima dándo explicaciones. En fin. Lo importante es que traspasé todas las fronteras y logré llegar a la mesa en cuestión.

Allí me encontré a la perejita disfrutando aún de su comida. Daniel ya se removía en la sillita. Tenía que pensar rápido antes de que se pusiera a berrear. Le saqué el sandwich que le había hecho para la ocasión y el procedió a refrotarlo contra su saquito. ¡Estupendo! Espero que salgan esas manchas. Ni con galletas pude calmarlo así que no me quedó más remedio que sacarlo del carrito. Casi antes de tocar el suelo sus piernitas ya estaban en movimiento. Habían muchas cosas interesantes que explorar en ese sitio. Le acompañé un ratito en sus correrías esquivando a gente, sillas, camareros... Pero cuando se le metió entre ceja y ceja que quería entrar en las cocinas me tuve que plantar. Le metí enérgica en el carrito y me preparé para aguantar una perreta. Casi ni me había dejado charlar con mis amigos. Qué tirano.

Cuando me volví hacia ellos, Lorena ya estiraba la mano para pedir la cuenta casi sin acabar su plato y Rubén se repatingaba tranquilamente en su asiento saludando al enano, que no dejaba de quejarse. Le pedí un globito al camarero para que el chiquillo se entretuviera un poco. Rubén se lo ató al carrito y empezó a jugar con el un ratito. Algo que le agradecí en el alma. Pero fue poco porque el globito se desató de la cuerda y se fue volando al techo. Con lo que Daniel comenzó a removerse de nuevo. Lorena y yo intentábamos mantener una conversación normal cuando de repente veo que alguien intenta hacer equilibrios sobre un taburete de diseño. "¡Ruben! Deja el globito". "Yo lo bajo" contestó con su deje canario. Pero Lorena y yo no íbamos a permitir que se matara por un cacho de plástico lleno de helio. Finalmente se conformó con pedirle al camarero otro globo que el enano recibió feliz.

Al poco trajeron la cuenta. "Ya os estábais poniendo nerviosos ¿eeeeeh?" apunté, yo desde luego estaba agobiadilla. Lorena confesó al segundo, pero a Rubén se le veía muy tranquilo. ¡Qué suerte! Tiene nervios de acero. Daniel puede con cualquiera. Cómo el día estaba malo nos fuimos a mi casa a tomar el café que nos teníamos que haber tomado en el restaurante, si el niño nos hubiera dejado.

En la tranquilidad del hogar, Daniel se lo pasó bomba con ellos, sobre todo con Rubén al que incluso se abrazó varias veces. De vez en cuando Rubén se dirigía a Lorena para preguntarle si no quería uno de esos y probablemente Lorena pensaría "de los otros no sé, pero de éste ¡seguro que no!" Y yo la comprendo. Este Danielito es un terremoto.

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