miércoles, 8 de diciembre de 2010

En Elda con los bisabuelitos


Otra vez en Elda para visitar a los bisabuelos. Daniel llegó temeroso a la casa, después de un viaje infernal en coche en el que dirigía todos sus esfuerzos a escapar de la sillita. Pero a los pocos minutos se aclimató y ya estaba haciendo de las suyas lejos de los brazos de su madre.

A pesar de todo los bisabuelos estaban encantados viéndolo correr de un lado a otro, tirando los libros, desparramando comida, arrancando las hojitas de las plantas... Con una sorisa y alguna monería se ganaba a mis abuelos que lo dejaban hacer. De vez en cuando se peleaba con mi abuelo por la impresora o le liaba alguna buena a mi abuela en la cocina.

Nos pillo un tiempo un poco regular, pero pudimos sacar a la fiera todos los días al parque infantil para que no les destrozara la casa por completo.

Estuvo jugando con sus bisas todo el fin de semana y se pegó algún golpe que otyro por hacer el cabra, pero enseguida se la pesaba la llorera y volvía a las andadas. Raúl y yo tuvimos que emplearnos a fondo para cuidar de él.

El último día intentamos atrasarle la siesta todo lo posible para que se durmiera en el coche, pero fue imposible.Cuando el niño tiene sueño se pone muy llorón y nada le agrada ni le entretiene. Así que lo tumbamos una horita y media antes de irnos. Cuando llegó elmomento de despertarlo para subirlo al coche nos constó muchísimo y no le hizo ninguna gracia. Mi abuela me recriminaba mi crueldad hacia el pequeñín.

Por fin nos pusimos en camino, y parecía que Daniel se esforzaba por no dormirse y darme a mi la lata, pero al final no puso soportar más el sopor del calorcito que le entraba por la ventana y el runrun del motor. Cerró los ojitos y se quedó dormido gran parte del viaje. Ni siquiera tuvimos que hacer una parada entre medias y llegamos a Madrid después de tres horas y media de viaje.

Cuando Daniel abrió los ojitos quedaban cien kilómetros para llegar a nuestro destino, así que le distraje con la merienda y mi repertorio de los catajuegos para que se le olvidara que iba sentadito y bien atado.

Una vez en casa, le tocó cena, jugar un ratito y a la cuna de cabeza, que el pobre estaba agotado con tantas emociones. El baño nos lo saltamos de forma excepcional porque ya era muy tarde.

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