jueves, 3 de febrero de 2011

Pepe, el matón del parque

Los tópicos a veces se cumplen. En el parque intatil donde voy tenemos nuestro propio matón particular. Se llama Pepe y debe tener unos tres años. Hasta tiene esbirros bajo su mando. Como en las pelis. Lleva juguete guays y deja a sus sicarios al cargo mientras el juega. "¡Es de Pepe!" gritan si a algún niño se le ocurre tocar el juguete. El matón se pavonea a su vez de ser al mayor del parque (algo más que improbable) y es odiado por muchas madres cuyos hijos han sido humillados por este personajillo

Un día llegué al parque y había revuelo en el arenero. El tal Pepe y sus esbirros eran los dueños de todos los juguetes del área y se afnaban por dejarlo bien claro. Luis, un amiguito de Daniel de dos añitos los miraba con tristeza y luego miraba a su mamá, que realmente no podía hacer nada. "Vamos a legrarles el día" pensé yo. Ni corta ni perezosa desparramé los juguetes de Daniel y toda la chiquillería se trasladó de sección para poder jugar tranquilamente. Luis estaba encantado con la palita de Daniel.

Pero la hierba siempre crece más verde en el jardín del vecino, así que Daniel se dirigió como un rayo a la zona "Pepe" para coger los juguetes. El matón en persona lo atendió con modales bruscos. Le arrebataba los juguetes y le enseñaba dónde ponía su nombre al grito de "mío, mío". Daniel se reía y cogía otro juguete. Pero de repente dejó de hacerle gracia el juego y le metió un empujó a Pepe sin previo aviso. El niño se quedó sorprendido. ¡Cómo osaba ese enano meterse con él! Y ahí estaba Daniel que sin pestañear se preparaba para asestar otro empujón. Como yo no quería que llegara la sangre al río me dispuse a intervenir. Y con todo el cariño del mundo (porque las otras madres estaban disfrutando el momento y no se las veía muy predispuestas a dejar que yo riñera a Daniel por poner a Pepe en su lugar) le dije que eso no se hacía y me lo llevé a jugar a la casita. En el fondo de mi ser estaba orgullosísima por tener de hijo al único bebé que se había enfrentado a ese chiquillo. Pero por otro lado, mi yo responsable me decía que todo era una tontería. Cosas de críos.

Daniel aceptó de buen grado el cambio y se dedicó a recorrer el puente de un lado a otro sin dejar de sonreir. Ya se había olvidado de todo.

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