martes, 23 de agosto de 2011

¡Pitinaaaaaaaaaaa!

¡Qué perra ha cogido con la piscina! Todo el verano gritando ¡Pitinaaaaaa! y cuando le llevábamos salía corriendo con la loca intención de tirarse de cabeza. ¡Que chico más inconsciente! Excepto los días que se hacía con el volante del coche y no había quien lo sacara. Había que repetirle que el agua de la piscina estaba de lujo mil veces antes de que asomara su pequeña cabeza por la puerta y emprendiera una trepidante carrera hacia las escalerillas.
Le compramos un chaleco flotador en el Decathlon, pero casi nunca quería que se lo pusiéramos. Y eso que iba estupendamente con él. Podía nadar casi solito, que era justo lo que él quería. Cuando se diponía a bajar por las escaleras te hacía gestos para que te marcharas mientras gritaba "¡no! ¡no!". Pero no le dejábamos solo por mucho que nos lo pìdiera. La verdad es que mucho "suto", mucho "suto", pero luego demuestra que no tiene miedo cuando debería tenerlo. Así que a sus papis no les queda más remedio que andar con mil ojos detrás de él. Y meterse en el agua fría sin contemplaciones para recibir en sus brazos al impaciente angelito.


Cuanto estábamos tranquilamente relajados en el campo, disfrutando del refugio de la caas ante tanto calor, sus gritos exigentes rompían la paz del ambiente. "¡¡¡¡Pitinaaaaaaaaaaaa!!!". De nada servía explicarle que todavía era temprano, que fuera hacía mucho calor, que no se podía hacer ruido porque el resto estaban durmiendo al siesta... "¡¡¡Pitinaaaaa!!!" lloriqueaba Daniel. ¡Que obsesión!

Menos mal que es fácil de despistar. Cualquier juguete o mimo de sus abuelos le dejaba contento durante unos minutos.

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