sábado, 14 de abril de 2012

Baño relajante

Después de rasgarme las vestiduras por haber tirado al benjamín de la hamaquita en un descuido, mi señor marido decidió que tenía que hacer algo por mis nervios, así que cogió a mis hijos y con ellos alrededor me preparó un baño relajante. Localizó para ello una bola efervescente de sales, aceites y flores que me regalaron por navidad y me metió en la bañera antes de que pudiera darme cuenta.

Estaba muy a gustito, pero había otra persona que envidiaba mi suerte y ambicionaba mi bola. ¿Quien iba a ser? Danielillo. No paró hasta que se encontró conmigo en el agua y jugando con la bolita que cada era menos bolita y más cosa informe con agujeritos. Raúl no estuvo de acuerdo porque el momento era sólo para mí, pero yo no tenía corazón para negarle al niño algo tan sencillo.

Jugamos a hacer olas pequeñitas con el agua. Yo tenía que salvarle del mar embravecido y el gritaba "socorro, socorro". tan bien lo pasamos que el más pequeño de la casa nos miraba con envidia. Estiraba sus manitas hacia nosotros mientras hacía sonidos guturales y saltaba en el regazo de su padre. Sugerí meterlo también, pero Raúl se negó. Así que el bebé tuvo que esperar a que sacara a su hermano, limpiara bien la bañera y la volviera llenar de agua bien calentita para disfrutar de sus minutos de relax.

En realidad, el baño no duró mucho porque Daniel se cansó y me pidió salir enseguida, pero sí que me calmó los nervios. Cumplió su función.

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