martes, 31 de julio de 2012

A Daniel le falta el aire

Mi peque mayor me dio un susto tremendo cuando me desperté en medio de la noche oyéndole llorar, toser y asfixiarse. Corrimos Raúl y yo a su lado. Le incorporamos, le dimos palmaditas en la espalda y acabó vomitando una enorme flema.

La limpiamos, le cambiamos el pijama y mi marido se lo llevó a la cama con él mientras yo arreglaba el desaguisado a fuerza de lavadora, fregona y spray antimonstruos (como está relleno de colonia rebajada con agua acabó con el desagradable restillo de olor a vómito). Nada más terminar de limpiar me metí a internet para pedir hora con la pediatra. Esto tenía que ser motivo de consulta hasta para ella.

Fui a buscar a Daniel y me tumbé con él en su camita hasta que se durmió.

Al día siguiente me siguió de mala gana al médico. Iván se quedó al cuidado de Yoli, mi portera, que no le importó resguardarlo del calor en el portal mientras iba a la consulta.

Nos llamaron nada más llegar. Mi hijo empezó a sollozar, pero yo iba preparad y le saqué su propio maletín de médico. "¿Te va a dar miedo una colega? ¡Si sois médicos los dos!" A la médico le dio un ataque de risa cuando nos vio. "Desde luego, tu madre hace lo que sea para quitarte el miedo". Aún así, Danielillo no las tenía todas consigo. Costó bastantes mimos, zalamerías y promesas de la pediatra para que se dejara examinar. Al final lo logró a cambio de su estenoscopio. El peque estaba como loco con el aparato médico. Cuando nos íbamos no se lo quería devolver, así que la doctora se lo tuvo que cambiar por un palito al que le dibujó una cara. Mi hijo estaba contentísimo. A ver si la próxima vez no me toca arrastrarle a la consulta como siempre.

La doctora le diagnósticó laringitis y le recetó una píldora y media de algo que suena algo así como puigdecor, o a lo mejor no. No me quedé con el nombre porque nos las dio ella en la consulta. Afortunadamente se podían machacar y mezclar con las natillas de chocolate que acabábamos de comprar esa misma mañana.

"Ummmm. ¡Qué buena está esa medicina mamá! Quiero más" Que listo es este peque.

lunes, 30 de julio de 2012

Una pegatina más y... ¡Vacaciones!

Daniel ha puesto la última pegatina en el calendario que le acercaba cada vez más al inicio de sus vacaciones. La idea era que su último día fuera el viernes 27 de julio, pero me dieron cita en el Inem para el lunes 30 y le tocó ir. Le hicimos el truco el fin de semana para alargar los huecos un día más sin que se notara mucho.

Lo cierto es que el peque tiene dos calendarios pegados a la puerta, así que el lío ya lo tenía. ¿Por qué tiene dos calendarios? Por qué cuando Raúl me explicó su idea me emocioné y le hice uno sin darme cuenta de que mi marido ya había pegado el suyo en la puerta. Cómo pronto el niño empezó a pedir pegar más y más pegatinas (Papácangrejo tenía razón), pensé que era una oportunidad para usar también el mío. Aunque me gusta mucho más el de Raúl. Está claro quien es el artista de los dos.

Daniel puso la última pegatina del calendario de su padre con una sonrisa de oreja a oreja. ¡Vacaciones! Por fin. El peque lo estaba deseando. Ya no iba ni un sólo día contento a clase.

domingo, 29 de julio de 2012

El museo Naval, el retiro y tarde con la abuela Chari

Tras la sesión de regalitos nos pusimos en marcha para pasar una mañana llena de aventuras. Primera parada el Museo Naval. Daniel se quedó muy impresionado con las maquetas de barcos tan grandes y detallistas que tenían allí. El problema era que no podía tocar nada y eso era pedirle demasiado. Quería subirse a los barcos, jugar con los soldaditos, manipular los cañones. En cada cacharrito preguntaba para qué servía, se paraba en todas las salas... Pero se cansó pronto del "No se toca nada, Daniel. ¡No toques eso!" De vez en cuando lo subíamos a hombros para que viera los objetos desde otra perspectiva y tenerlo mas controlado. Visitamos el museo a toda prisa y nos fuimos al parque de El Retiro que estaba muy cerca.


Allí buscamos un cesped a la sombra, sacamos unas patatas y las galleta y nos acomodamos tan a gusto. Daniel cogió su spray para vaporizar las plantas, los ´raboles, los pajarillos, a su padre, a mí... A su hermano no porque ya le he reñido mucho cuando se le ocurre hacerle llorar con una repentina ducha de agua.
Cansados nos fuimos a casa para dar de comer a los peques y que durmieran su siestita. Iván cerró los ojitos con muy poco esfuerzo. Yo me tumbé a su lado, pero no pude descansar nada porque me estaba poniendo nerviosa al oir a Daniel corretear a sus anchas por la casa en vez de estar durmiendo la siesta. Supongo que papá no quiso ponerse duro el primer día en casa.

Al medio día llegó la abuela Cahri para comer con nosotros. Inesperadamente el timbre asustó a Daniel que se puso a chillar como un loco y acabó despertando a su hermano. Es curioso, porque ya lo ha oído mil veces antes.

Comimos con los dos chavalillos con los ojos como buhos, pero el mayor cada vez se volvía más irascible y mas quejicoso a causa del sueño. las ojeras se le acentuaban por momentos, así que me lo llevé a la cama en cuanto terminé de comer.

Me tumbé a su lado y nos quedamos fritos los dos. Cuando me desperté ya eran las seis y cuarto. Le pregunté a Raúl si se había olvidado de nosotros y por qué demonios le estaba dando la merienda al bebé a esa hora tan tardía en vez de a las cuatro. Me respondió que le daba pena despertar a Daniel porque lo vio muy cansadito y que Iván se había dormido justo a la hora de la siesta. Un sólo día le bastó para reventarme todos los horarios. ¡Increíble!

Cuando estuvieron los dos chiquillos listos nos bajamos un ratito al parque los cinco. Allí Iván volvió a demostrar su reticencia con la arena, aunque al final acabó sucio hasta las orejas de revolcarse. Daniel, por su parte, se columpió todo lo que quiso y jugó con el castillo del puente que se balancea a escapar del cocodrilo (¿Que quién era el cocodrilo? Pues una menda. ¿Quién si no?). Acompañamos a Chari a la parada del autobús y luego nos volvimos a casa dando un paseito corto.

Fue un día largo y lleno de vivencias. Con esas siestas extra los peques se fueran a la cama tardísimo.

Papá viene con regalos para todos

El domingo Iván se despertó a eso de las seis de la mañana para no perder la costumbre. En esta ocasión tenía toda la razón el pobre. Se había mojado el pijamita con un escape, así que encendí la luz del baño para ver que me hacía procedí a cambiarle. Cuando el bebé giró su cabecita y vió a su papá roncando a pata suelta se le dibujó una sonrisa de oreja a oreja y empezó a darle toquecitos en la espalda con sus manitas. Cómo era de esperar, su progenitor ni se enteró de los intentos de su hijo por llamar su atención, así que me lo llevé conmigo al salón para dejarle descansar. Al ratito se levantó su hermano y se instaló cómodamente frente a la televisión en espera de su biberón mañanero.

En estas estábamos cuando Raúl asomó la nariz por la puerta y saludó a sus hijos. "Mamá y papá conmigo" decía Daniel feliz. Y lo repitió durante el resto del día. Se vé que lo echaba mucho de menos.

Mi marido llegó con bolsas y regalos. El primero que entregó fue el de Daniel: una estupenda taza con vikingos. Le encantó. Ahora sólo quiere beber de su taza vikinga, que son los piratas islandeses. Luego le entregaron un frailecillo de peluche a Iván, que también le hizo los honores con unos cuantos baboseos y sacudidas. A mí me trajo un precioso libro lleno de impresionantes fotos del país (ha prometido que me llevará en algún momento de la vida). Y él nos enseñó orgulloso el parque que había adquirido para su mochila. Cuando Raúl y yo éramos unos jóvenes despreocupados decidimos comprar un parque de cada lugar extranjero que visitáramos y pegarlo a unas mochilas enormes que tenemos. Yo tengo unas cuantas, pero él me gana de largo con sus viajes de trabajo.

Los niños estaban emocionados de tener de nuevo a su padre cerca.


sábado, 28 de julio de 2012

Día de "relax"

El sábado decidí pasarlo de relax con mis dos retoños. Después de todo habíamos tenido unos días muy movidos desde que se fue papá a Islandia: el miércoles: la visita del vecino Jorge, el jueves: piscina, el viernes: fiesta del bizcocho, las noches horrorosas... Para que mentir... Estaba agotada moral y físicamente. Me dolía cada músculo de mi cuerpo.

Por la mañana les llevé al parque con la fresca porque tampoco es plan que se queden metidos todo el día en casa por la desgana de su madre. Lo pasamos muy bien los tres. Al principio nos sentamos en el arenero. Cómo ya he contado en otra ocasión, a Iván no le gusta nada la arena, así que al principio encogió las piernecitas y me miró malhumorado negándose a posarlas en esa textura extraña. Estuvo un rato en regazo con los juguetes de aquí para allá y terminó sentado sin darse cuenta y tirándose la arena a la cabeza. Daniel se lo pasó bomba con sus coches. Al poco me pidió que le columpiara así que puse a su hermano pequeño en un columpio, a él en el otro y los columpié a los dos. El pequeño no pareció muy contento, pero tampoco protestaba. El grande no paraba de gritar "¡Más fuerte, mas fuerte!".

Al rato quiso volver a jugar con sus coches en el arenero. Así que los saqué del columpio a los dos y volvimos a jugar con los cubos y los camiones. En un desliz, atendiendo a Daniel, se me cayó Iván de los brazos en un movimiento brusco y fue a parar con sus dientecitos en la arena. Le limpié con abundante agua y le calmé enseguida. Pero le había calado el jersey y cómo era muy temprano todavía hacía fresquito, así que no me atrevía a seguir en la calle por si cogía frío. Los dos tenían una tosecilla sospechosa desde esa mañana. Daniel debía estar cansadito porque estuvo de acuerdo con acabar la excursión para volver a casa. Allí jugó con sus juguetes, mientras yo recogía y le hacía gracias a su hermano.

Lo cierto es que mi niño mayor empezó a portarse mal desde que pisó el umbral de la puerta. No me hacía caso en nada, me tiró el azucar por la cocina, las bolitas gelatinosas del baño por el suelo, me contestaba mal... No sé que le pasaba, pero acabamos enfadados y de relax nada de nada.

Iván se negó a dormir su siesta mañanera, pero la del medio día la hizo muy bien. Estaba agotado. Daniel me pidió dormir en mi cama, así que allí fuimos los dos. El bebe se despertó un par de veces con la tos de su hermano, pero con un par de arrullos se volvió a dormir. Yo acabé durmiendo en la cama de Daniel porque éste se puso a roncar cual carretero y no me dejaba pegar ojo. ¡Vamos que difrutaría de media horita de siesta antes de que el bebé decidiera que ya había descansado lo suficiente y que ahora quería juerga. Su hermano durmió un poquito más y también se levantó con ganas de guerra. Lo tuve entretenido un buen rato con una película muy simple sobre un mono y un niño, pero en cuando acabó volvió a apoderarse de él el espíritu rebelde. Entonces estallé y le grité como una energúmena. Había llegado a mi límite. Le duché rápidamente mientras el chiquitín clamaba por sus bolitas gelatinosas y le amenacé con no contarle el cuento esa noche si seguía con su mal comportamiento. Él me contestaba en todo momento que se había portado bien. Sólo lloró por sus bolitas, pero mi bronca le entró por un oído y le salió por el otro.

Al rato me sentí culpable y fui a ver a mi chiquitín que estaba jugando tan tranquilo con sus coches. "Daniel ¿Hacemos las paces?" le dije dulcemente. "¡No!" Exclamó él muy digno. Intenté darle una charla moral, pero fue imposible. Y nos volvimos a enfadar.

Al final, cuando acabé de acostar a Iván, que se resistió un poco, me acerqué donde estaba el peque viendo la tele y le abracé sin decir nada. El chiquitín se acomodó en mi regazo y así estuvimos los dos un ratito. Luego le di un beso y me metí en la cocina para hacerle la cena. Cuando me pidió que me tumbara a su ladito esa noche me resultó imposible negarme.

Ahí me encontró Raúl cuando llegó de su viaje esa noche.

viernes, 27 de julio de 2012

La fiesta del bizcocho

Cuando fui a recoger a los niños encontré a Daniel un poco desanimado. Sólo sonrío un poco cuando se encontró a su amiguito Hugo ya su adorada madre Silvia. Le conté a mi amiga lo sucedido esa mañana y le hizo mucha ilusión que la eligiera a ella entre todas las madres. Le hizo muchos mimitos, aunque Daniel seguía tristón.

Logré animarlo un poco tentándole con la fiesta del bizcicho a la que nos habían invitado esa tarde. Algunos viernes las porteras de los dos portales contiguos, la dueña de la tienda que hay en medio y alguna vecina se juntan en el pasaje para degustar un bizcocho y un café.

Todo empezó con el cumpleaños de Yoli, mi portera, al que fui invitada felizmente. Al siguiente no pude ir porque tocaba Covarrubias, pero ese viernes me había apuntado y encima llevaba yo el bizcocho. Lo había hecho de nocilla para agradar a mi fierecilla mayor. Le había pintado un camión de bomberos, uno de policía, más coches y una moto (un poco versión Picaso) para que resultara más aparente. Y había rellenado el hueco del centro con bolitas de chocolate. A mi hijo le convenció el dulce y accedió a ir corriendo a casa para degustarlo.

Se bajó al pasaje unos cuantos juguetes y allí estuvo la mar de entretenido con ellos. Mis amigas me comentaron que lo veían triste, así que fue mimado, achuchado y besado hasta la saciedad. Estuvieron jugando con él, persiguiéndole y haciéndole bromitas todo el rato. También Iván tuvo su ración de juegos y cariñitos. Mientras su mamá se tomaba el café relativamente tranquila. Parecía que al niño se le había quitado un poco la morriña.

La sorpresa se la dio Jorge pasando por allí en ese momento. Mi chiquitín le agarró de la mano y le invitó a jugar con él y con sus juguetes. Se lo pasaron genial juntos. Jorge decía que Daniel era su primo y le contaba a todos que había estado el otro día en su casa jugando con bolitas.

Al final disfrutamos todos de la fiesta del bizcocho, que fue alabdísimo para gran orgullo de la cocinera (ejem, ejem). Mi peque subió a casa de mejor humor, aunque de morros porque se lo estaba pasando tan bien que no quería irse.

Y ahí empezó de nuevo a torcerse el día. Iván se tomó el bibe como siempre, pero se negó a dormirse. Cómo tenía sueño lloraba a la mínima de cambio y yo no podía atender a Daniel con tranquilidad. Cuando intentaba dormir al bebé, el mayor siempre encontraba alguna razón de peso para pasarse por la habitación a contarme algo y despertarme de nuevo al hermano. Al final logré dormirlo a las nueve y media, con lo que Daniel se fue a la cama a las diez. ¡Tardísimo!

Mami, no te quiero

Todo empezó con un simple "Mira lo que hago, mamá". Mi hijo mayor se estaba dedicando a regar el sofá con su biberón lleno de leche con Cola Cao. Por supuesto, puse el grito en el cielo. Empezamos una discusión en la que nos dijimos cosas muy duras como "Quieres amargar a tu madre", "Lo limpia mamá", "Pues la próxima vez lo limpias tú"... Hasta que de repente el peque me soltó: "No te quiero, mami". Era la primera vez que pronunciaba esas palabras y acusé el impacto. "¿No me quieres? Entonces ¿prefieres irte con otra mamá?", "Sí, con la mamá de Hugo. Quiero ir a casa de Silvia, quiero ir a casa de Silviaaaaaaaaa". Y así estuvo todo el camino. Nada de lo que le dije le hizo cambiar de opinión. Ni siquiera los chantajes materiales. No me quería y no me quería. Quería cambiar de mamá.
Al llegar al Cole se puso a llorar porque quería ir a casa de Silvia y no al cole. Agarró la mochilita y se encaminó muy decidido a casa de su amiguito Hugo. Intenté explicarle que Silvia estaba trabajando y que nadie le abriría la puerta. Se quedó un momento pensando y al final no se atrevió a seguir con su plan. Dejamos a Iván en su clase y mientras Daniel me iba pidiendo que llamara por teléfono a Slvia para que le viniera a recoger por la tarde. Yo alucinaba. "¿Pero que te he hecho?" Le pregunté desesperada. "Me has pegado" Me soltó tan pancho. "¿Yooooo?" Se lo acababa de inventar en ese mimso momento, pero ni pestañeó al decir la mentira.

Cuando por fin llegamos a su clase se hizo el remolón y acabó rogándome que le llevara a casa. A lo mejor fui mala, pero ahí le contesté "Como a mí no me quieres, vete con Ana y Manoli que a ellas sí que les quieres". En ese momento intervino una de las profes. Le pedí un beso a mi hijo y me lo dio acompañado de un abrazo. ¡Menos mal!

Acto seguido se fue a abrazar a la profesora que lo estaba llamando.

Me fui al instante sin mirar atrás y con unas ganas de llorar horrorosas. "Tonta, tonta, más que tonta. Si no tiene ni tres años. Sólo lo dice para hacer daño en el momento porque se ha enfadado por la regañina". Aún así me fui hundida.

jueves, 26 de julio de 2012

Las cartas

Desde hace un tiempo Daniel me viene pidiendo que hagamos una carta como la que le hicimos a los reyes para poder echarla al buzón. En un principio pensé en hacerla de la misma manera y luego echarla al buzón sin sello, pero una idea me rondaba en la mente.

Es una pena perder el trabajo del chiquitín. A lo mejor sería interesante ponerle un sello y una dirección al sobre. Le pregunté al peque si quería mandar una a Las Palmas de Gran Canaria, para la abuelita Matilde, y otra a Elda, para los bisabuelos. Estuvo de acuerdo y nos pusimos manos a la obra.

Le fabriqué unas pegatinas para que pudiera pegarlas en unos rayones preciosísimos, aunque algo escasos que tuvo a bien hacer. Se cansó enseguida y se puso a jugar con sus coches hasta que le saqué la pintura roja que le había regalado un profe por ayudarle espontáneamente a colocar materiales. "Ahora hay que firmar la carta" le expliqué. La idea era que plasmara su huella digital, pero él tenía otro planes. "Luego firmó un poco más ¿Vale mamá?" me dijo antes de volver a enfrascarse en organizar sus coches.

Logré convencerle aún para que pegara con pegamento una pequeña foto suya y de su hermano en cada uno de los papeles amarillos, pero tuve que terminar yo la labor porque enseguida volvió a concentrarse en su juego. Con la ilusión que le había al principio y la poca colaboración que encontraba yo ahora. Qué rápido se cansa de pintar.

Mañana las echaremos al buzón. Espero que les guste a los abuelos cuando las reciban.

Colechando

Estos niños siguen siendo malos dormidores. Hay noches mejores y noches peores, pero ninguna buena. Sobre todo por parte de Iván. Durante estos días que hemos estado sin Raúl ha habido una jornada especialmente sonada. El bebé no se terminaba de dormir. Cada poco se le oía gemir en la cuna. Iba le mecía un poco, le daba agua y ¡ole! otra vez en la cunita y a seguir haciendo cosas.

Cuando por fin me acosté la cosa fue a peor. Parece que me huele. En cuanto apoyo la cabeza en la almohada ya le oigo removerse inquieto. Cerca de la una parecía que había pillado el sueño por fin. Me dormí enseguida, porque estaba agotada, pero no lo disfruté mucho tiempo porque al poco oí gritar a Daniel. Corrí a su lado. Le di agua y bibe. El chiquitín me pidió muy meloso que me tumbara a su ladito y yo fui incapaz de negarme. Así que volví a quedarme dormido al instante. Yo creo que antes incluso que mi hijo. Una pena que las patadas del niño me sacaran de sopetón de mi mundo de ensueño. Daniel se movía dormido y era incapaz de controlar sus movimientos, así que al rato me cansé y volví a mi cama. No había pasado ni cinco minutos cuando oí "hablar" al hermano pequeño. Me asomé a verle y me lo encontré con los ojos abiertos de par en par. Le cerré la puerta a Daniel porque sabía lo que venía ahora y metí al bebé en la cama conmigo. Normalmente protesta y llora hasta que se duerme, pero en esta ocasión decidió que las cuatro de la madrugada era una hora excelente para levantarse y nada de lo que hice le hizo cambiar de opinión. Estuvimos como el perro y el gato hasta las seis y media, hora en la que decidí levantarme porque sentía que estaba perdiendo el tiempo. Las lágrimas de Iván se trocaron en una gran sonrisa. Ninguno de mis improperios logró borrársela. Tanto si le decía que le odiaba como si le decía que le quería me respondía con un alegre "Gah gah". Supongo que significa "Me da igual lo que digas ¡Me he salido con la mía! Jajajaja"

Ni colechando descanso.

miércoles, 25 de julio de 2012

El vecinito Jorge viene a jugar

Daniel se encanimaba dando saltitos hacia casa. Le había dicho que hoy bajaba el vecinito Jorge a jugar con él y estaba entusiasmado. Jorge nació un día después que Daniel. Tiene casi la misma edad. Mi peque esperó a su amigo viendo los dibujos animados del mono Jorge. Me hizo gracia que me los pidiera. Supongo que lo relacionó. Cuando llegó su amiguito se lo llevó de la mano para enseñarle sus juguetes mientras yo preparaba un café para las mamis. Charo, la mamá de Jorge se hizo cargo del bebé encantada, aunque Iván no se lo puso fácil con su acrecentada mamitis. A los niños les serví las patatas que habían traído lo invitados. Una vez instaladas delante de nuestros café e Iván colocado en el carrito enfrente mío y con un gran cargamento de gusanitos tuvimos exactemente diez minutos para contarnos nuestras cosas hasta la primera interrupción. ¡Todo un record! Jorge y Daniel se lo pasaron genial, pero cada poco nos llegaban los gritos de sus peleas. Jugaron con la cocinitia, con los coches, con los disfraces, con las espadas (¡Vaya peligro tenían los dos), con los astronautas... Pocos juguetes les quedó por probar.

Charo se quedó a la hora de los baños para ayudarme. La verdad es que me vino genial porque Raúl está de viaje. Jorge se empeñó en bañar a Iván el solito y al fina acabaron los dos niños jugando con un bebé emocionado que no paraba de salpicar. Cuando le llegó el turno a Daniel, el peque se lo cedió a Jorge. Afortunadamente sólo tuve que recordarle las bolitas jardineras para convencerle de que se metiera en la bañera. A Jorge no le metimos en el baño, pero acabó calado de pescar bolitas con su amigo. También he de confesar que mi hijo le tiró algún que otro vaso de agua por la cabeza.

Cuando llegó el momento de la despedida Daniel se quería ir a la casa del vecino y el vecino se quería quedar en la mía. Fue muy difícil convencer a Jorge de que era la hora de dormir de Iván.

Las bolitas crecientes

Otra gran idea de La jirafa. Compré en un Todo a 100 una bolitas para plantas que funcionan de la siguiente manera. Se echan en agua y la absorben mientras se hinchan. Me pareció un plan grandioso para convencerle de que se metiera en la bañera. Por supuesto no hubo que rogarle mucho. En cuanto vio las bolitas, ya medio hinchadas de agua, ni protestó lo más mínimo. Armado con recipientes y un colador se entretuvo en cazarlas. Por supuesto, es una actividad que requiere de supervisión constante de un adulto, aunque Daniel entendió perfectamente que las bolitas son veneno y que si te comes una hay que ir volando al hospital.

Lo único malo que le vi a esta actividad es que las bolitas se rompen con mucha facilidad, haciendo aún más difícil el momento de recogerlas. Por lo demás, el niño adora sus bolitas y ahora está deseando que llegue la hora del baño para jugar con ellas.

Un aventura sorpresa

Después de convencer a Daniel para que saliera a la calle y de encajar al bebé en la sillita sin mucha colaboración de susodicho me dispuse a empujar el carrito como todas las mañanas para llevarles a la guardería. A pesar de que estoy en el paro tengo lío de papeles y quier actualizar mi currículum, así que necesito que me los cuiden unas horas.

Cual fue mi sorpresa cuando descubrí que el carrito se había aliado con mis hijos y se negaba a andar. Las ruedas traseras no rodaban así las mataran. Ante mis improperios apareció en mi puerta la portera. Al vivir en el primero no le fue muy difícil percatarse de mi situación y acudir en mi ayuda. "Está roto" dictaminó tras varias manipulaciones bienintencionadas. ¿Y ahora que hago yo? Tengo otro carrito para los viajes, pero está en el trastero de la abuela de Raúl. Nada más y nada menos que en Móstoles. Encima mi marido se ha ido de viaje de trabajo y no vuelve hasta el sábado por la noche.

Angustiada y en un acto de desesperación decidí acercarme a la guardería cargando el gordo de mi hijo menor y dándole la mano al trasto de mi hijo mayor para que no hiciera locuras mientras mi portera me guardaba el maltrecho carrito.

A los dos pasos cambié de dirección y me dirigí al Alcampo. En un cuarto de hora abriría sus puertas y esperaba encontrar un carrito barato que me sacar del apuro. Mientras esperábamos mis hijos se dedicaron a limpiar el suelo con su ropa, Muy atentos ellos.

Encontré una silita, pero cara, cutre y de exposición. Treinta euros rebajada, sin bolsita de ningún tipo, ni reposapies. Tuve que llevarme el de exposición porque el resto estaban desmontados y no era plan tirar al bebé para que se recorriera los lineales a gusto acompañado de su hermano mayor mientras yo me ensarzaba allí mismo a pelearme con las instrucciones. Una dependienta me bajó la silla y en medio segunda ya tenía sentado al peque. Tuve que levantarlo poco después porque había que quitarle las alarmas a la nueva compra, pero el caso es que el apaño me lo hizo. Daniel estaba muy contento porque, como pesa muy poco, este carrito lo puede llevar él sin dificultad, aunque con la supervisión atenta de su madre, por si las moscas.

Al final llegamos justo a tiempo al cole. Daniel no quería quedarse allí ni loco, pero no le quedó más remedio. Su madre tenía un día horrorosamente liado por delante. Hoy, mañana, pasado... Tengo que actualizar el currículum, las labores del hogar y prepararlo todo para cuando mis chiquitines estén de vacaciones.

martes, 24 de julio de 2012

La comisaría

Un día, volviendo del cole, pasé con los niños al lado de una comisaría y. Como no podía ser menos, mi hijo mayor se empeñó en acercarse a los coches.

Me miró con la ilusión de que su mami se acercara a un imponen policía y le pidiera que subieran al niño a uno de los coches, como sucedió en el parque de bomberos, pero yo no estaba dispuesta, que unas cosa son los bomberos y otra la policía.

Le expliqué que tenían mucho trabajo persiguiendo a los malos y que nos teníamos que confromar con verlos desde fuera, eso sí le dejé tocarlos y le cogí en brazos para que viera de cerca la sirena del techo. Pase un poco de vergüenza porque señalaba a los que venían a por el DNI yme preguntaba si eran malos. Estaba tan contento que me era imposible alejarlo de allí.

Iván empezaba a protestar porque a él no le llamaba la atención los coches y lo que quería era bracitos. Menos mal que en ese momento me llamó una amiga para invitarme a un café en su casa y Daniel accedió a separarse de sus adorados cohes de policía por ir a ver a su amiguito Hugo.

No pasa nada y no lo voy a volver a hacer más

Mi peque mayor ha cogido una costumbre que me crispa un poco los nervios a la vez que me da risa.

Cuando hace una jugarreta y le riñes responde "No pasa nada, mamaaaaaaaa, no pasa nada". Si insistes persistente en que sí pasa y le explicas las consecuencias, entonces pone morritos y te suelta meloso "Ya no lo voy a hacer máaaaas, pedooooon, ya no lo voy a hacer más" y te estampa un beso donde mejor le pille.

Ante esta situación muchas veces me rindo y le perdono con besos y sonrisas, pero cuando no pasan ni cinco minutos y lo vuelve a hacer... El enfado vuelve.

"¡Daniel! Si has dicho que no lo ibas a volver a hacer más", "No pasa nada, mamaaaaaaaa", "Sí, que pasa", "Pedooooon, mamá, pedoooon, no lo voy a volver a hacer maaaas. ¡Muacs!" Y te mira con ojillos de bambi y los morritos fuera de nuevo. Si no le sigues el juego acaba llorando y berreando que no lo va a volver a hacer más, así que da penilla y acabo explicándole la situación mientras le abrazo y le calmo. ¿A que es listo mi niño?

lunes, 23 de julio de 2012

Un fin de semana muy divertido para los niños

Covarrubias siempre es un acierto para Daniel. Y más aún si van sus queridos primos Miguel, Luis y Amaya. Los adora porque son tan brutotes como él y pueden burrear a gusto. Además, en esta ocasión, hizo migas con Arrieta, la peque de un amigo de su padre. Con lo que todos los días tuvo compañeros de juegos.

Para Iván fueron días de descubrimientos porque le llevamos a la playa que han "fabricado" en la orilla del río y descubrió la arena y el agua extremadamente fría. Al principio plegaba las rechonchas piernas cual cangrejito. Incluso llegó a hacer la grulla apoyando sólo un pie en el suelo... ¡Y de puntillas! La cara de sorpresa era un poema. No lloraba, pero el desconcierto era evidente. El bebé pusilánime acabó sentado en el agua chapoteando feliz a más no poder. Era cuestión de acostumbrarse. Aunque con la arena todavía no ha hecho las paces.

Además, el menor de mis hijos hizo buenas migas con los perritos de los primos. No paró de perseguirles todo el tiempo que estuvimos de merienda improvisada en su casa.





domingo, 22 de julio de 2012

El pelo de verano

Ahora le ha tocado el turno a Iván, Le hemos rapado. Y ha quedado guapísimo, como no podía ser menos. Yo le hubiera metido tijera también al mayor, pero el peque alegaba que él ya se lo había cortado hace poco y que no le hacía falta.

El bebé aguantó estoicamente las labores de peluquero del padre al principio. Nos miraba, sonreía, notaba algo en el melón, se daba la vuelta, sonreía menos convencido, y acabó llorando a mares. En ese punto la mami sufría más que el hijo, así que el progenitor tuvo que parar a pesar de que opinaba que aún faltaba mucho trabajo por hacer para dejar a su segundo hijo como un adonis.

Ahora se le ve más la carita (Y la naríz, glups), los ojazos y la sonrisota. Y, además, logramos que sude mucho menos, que para su piel sensible viene muy bien.



Cena de amigos con fiesta estruendosa al fondo

Raúl organizó una cena con sus amigos el sábado. Tenía ganas de verlos porque son majos y hacía mucho que no les veía en condiciones.

El problema es que los vecinos de dos casa mas allá estaban de boda y con la música a todo volumen en el jardín. Era un poco difícil oirse.

A Daniel no le importó en absoluto porque había venido la hija de uno de los invitados a jugar con él. El hermanito bebé de la niña sí que acusó la molestia musical y le costó muchísimo dormirse.

Iván me dejó cenar hasta los postres, momento que eligió para encajarse debajo de la cama de mi suegra. Le había preparado una camita en el suelo de la habitación de Chari hecha con cojines para que fuera imposible que se saliera, pero estos peques son capaces de cualquier cosa.

Ante el peligro lo subí a su cuna, me comí el helado a toda velocidad, me despedí de todos y subí a Daniel a su camita. Cómo ya era un poco tarde me metí yo también en la mía y me quedé frita hasta que Iván se despertó berreando de nuevo. Tanto lloró que me lo traje a la cama conmigo, donde pasó el resto de la noche.

sábado, 21 de julio de 2012

La naricilla de Iván

Mi chiquitín se ha lesionado. Primero en la guardería. De tan movido que es se les cayó de la hamaquita y... ¡patapum! nariz roja como un tomate. Luego en casa, estaba arrastrándose por la cuna de viaje cuando de repente le oí llorar desesperadao. ¡Se había arrancado parte de la piel de la nariz! Le curamos su padre y yo con suero y gasas. Le dimos mil mimitos y enseguida estaba sonriendo. Le pusimos una tirita para evitar males mayores, pero a los cinco minutos ya se la había quitado el muy trasto.