lunes, 30 de septiembre de 2013

Tres cumpleaños en Covarrubias

En septiembre y octubre se juntan muchísimos cumpleaños de la familia. En los de los canarios sólo podemos estar presente telefónicamente, pero en los de este lado del charco hemos podido juntarlos. Éste fin de semana decidimos trasladarnos al pueblo para celebrar los días que nacieron la abuela Paca, Daniel e Iván con fiestas del pueblo de fondo.

Nada más llegar, salimos a dar una vuelta para ver el ambientillo. Mis niños fijaron pronto su objetivo: un castillo hinchable multicolor.

Les dimos el gusto y se lo pasaron bomba haciendo el salvajito. Había tanto niño brutito. Que mi bebé se quedó casi todo el tiempo en la puerta del castillo saltando de la mano de su mami, por si acaso le atropellaban.

Los tuvimos que arrancar de la atracción para llevarles a casa de las abuelas a cenar. Una vez metidos en la cama. Nos tocó el turno de cenar a lo papis... En un restaurante y rodeados de amigos por gentileza de la abuela Chari que veló el sueño de los pequeños terremotos.

Al día siguiente, los niños nos despertaron muy temprano y, aunque mi marido me dio una poquito más de tiempo de sueño, fue un poco duro ponerse las pilas. Acudimos a la plaza porque organizaban un concurso de dibujo. En el ayuntamiento les dieron a los chiquitines lápices de colores, un lápiz normal, una goma y un folio grueso. Enseguida se pusieron a la labor. Al poco, Iván ya estaba tonteando con uno de los paraguas que la abuela Chari nos había traído a la plaza al ver que caían las primeras gotas, pero Daniel siguió emborronando su lienzo un buen rato más. Pusimos su nombre y edad y los entregamos de los primeros. Como premio por participar les entregaron sendas bolsas llenas de chuches a rebosar.

Con le deber cumplido, nos pusimos a la cola de la sardinada. Sabia que el mayor las iba a disfrutar, pero pensé que al pequeño le darían reparo las espinas. Nada más añejado de la realidad. Acabó cogiéndolas con las manos y liándose a mordiscos.

Cuando llegó la hora de anunciar al ganador del concurso de dibujo, Daniel se quedó muy rascado porque él no fue elegido. Lo único que le reconfortó fue mi promesa de que algún regalito le caería por ser su cumple.

La comida de ese día fue especial porque se cantó el cumpleaños tres veces y la pastelera del pueblo nos preparó una tarta riquísima de tarta y chocolate. La había adornado con dos casitas para los peques y unas flores para la abuela. Me pareció preciosa y todos la disfrutamos.

Llegó el momento que el mayor esperaba con más ansia: el de los regalos. Al principio, Daniel se enfadó muchísimo porque los primeros regalos fueron ropa y acabó con una gran
regañina por mi parte. Si hay algo que no soporto es la ingratitud. Le aseguré que el pijama manta tan peludito y toda esa ropa bonita me la iba a quedar yo. "No mamiiiii, que es para mí, que es para míiiiii" gritaba. "Pero es que yo quería jugueteeees" lloraba. Y más me enfadaba yo. Por otro lado, estaba el pequeñín ondeando la ropa con aire feliz. "Essscudoooo, aniel, essssscudo" le gritaba emocionado al hermano al descubrir que los polos estaban adornados con escudos.

Al final les entregaron los juguetes envueltos y los dos se sentaron a jugar felices. En el caso de Daniel, incluso aliviado, diría yo.

Tras una jornada llena de emociones, logramos convencer al mayor para que se echara un ratito la siesta. Cayó a plomo y tras él todos.

Iván y yo nos despertamos con el ruido de la fanfarria y las carrozas que pasaban por nuestra puerta. Bajé a la terraza con un bebé lloriqueante en brazos, peor se le pasaron todos los males cuando comprobó que llovían caramelos y que le lanzaban un trozo de carbón de azúcar delicioso. Rechupeteando sus chuches nos llevamos a los niños a seguir la cabalgata llena de color y música. Los peques bailaron, se subieron a una carroza con sus primitos, corrieron como locos... Y cuando ya me iban a volver loca poniéndose en peligro constante, nos los llevamos a casa para que cenaran y la cama.


Esta vez, papá se fue sólo a la cena con amigos, porque mami lo único que quería era emular a sus pequeños infantes.

Fue un cumpleaños muy divertido y diferente, pero pronto llegó el domingo y la hora de regresar a casa. Nos desayunamos un castillo de colores que hice para la ocasión, dimos una pequeña vuelta y al coche rumbo a casa.







viernes, 27 de septiembre de 2013

El turno de Iván: 39 de fiebre

Como ya conté en el post anterior, el mismísimo día de la fiesta de cumple de Daniel, recogí a mi bebé con 39 de fiebre.

Pareció pasar la tarde relativamente bien, pero la noche fue infernal. El pobre tenía pesadillas con algo que señalaba continuamente en el techo, ardía y sufría una sed espantosa. En vista del panorama, me acosté con él para aliviarle un poco, porque la medicina parecía no ser suficiente.

Mi presencia le tranquilizó y le dejó descansar un poco mejor. El jueves trabajé de nuevo desde casa (desde aquí agradezco fervientemente a mi jefa su comprensión y su amabilidad). Me levanté muy temprano porque sabía que en cuanto se levantara el enano no habría tregua. Afortunadamente me dejó trabajar hasta casi las diez. Papá se encargó del mayor (levantarlo, asearlo, darle el desayuno, llevarle al cole...) para que me cundiera más todavía.

En cuanto abrió los ojos el chiquillo no quiso despegarse de mi y no entendía que me pusiera a tecleas para resolver los temas más importantes. Cada vez que surgía algo de la oficina tenía que realizarlo a la velocidad de la luz y con sus berreos exigentes de fondo. La buena noticia es que no había ni rastro de la fiebre, aunque se le veía menos activo de lo normal.

Nos lo pasamos pipa pintando el castillo de cartón, cantando, contando cuentos y jugando con el juguete de construcción que le había regalado a Daniel el día anterior. Aunque también hubo demasiadas horas de Dora la exploradora para poder resolver los asuntos laborales sin mucho drama.

Durmió más de dos horas de siesta tan a gusto. Tiempo que aproveché a tope.

Cuando llegó la hora de ir a buscar a su hermano lo senté en el carrito y me lo llevé conmigo. Luego pasamos toda la tarde jugando los tres con algún que otro conflicto por medio. Confieso que se me escaparon tres gritos más de la cuenta. Adiós de nuevo a mi reto del rinoceronte naranja.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Un cumpleaños en obras

El día del cumpleaños de Daniel me subía por las paredes del estrés. Mi jefa me permitió trabajar en casa para ahorrarme el tiempo de los trayecto y llegar a todo. Pero me costó muchísimo y al final faltaron muchas cosas. Por ejemplo, me olvidé de inflar globos.
 
La decoración, los sándwiches, la tarta (que, por cierto saqué de Recetas de un parado español, y quedó buenísima. Gracias José Manuel), el castillo de cartón para colorear... Y mamá con la lengua fuera intentando abarcar todo en un sólo día.

Para poner la guinda al día me encontré con un Iván febril cuando fui a buscarle a la guardería. Mi único deseo era cancelar la fiesta, pero a Daniel le hubiera dado un ataque. Le di apiretal y recé para que le hiciera mucho efecto. No me puedo quejar, porque se le veía animado, pero no se despegó de mi en toda la celebración. Menos mal que Raúl me echó una mano.

Los invitados eran muchos, muchísimos, pero de repente la mayoría fue atacado por un virus malvado, y se quedaron en la mitad. Aún así casi no cabíamos y el calor era insoportable.

Los niños no acusaron nada de eso porque se lo pasaron genial. El castillo fue todo un éxito, aunque de pintarlo ni quisieron oír hablar (tuve que rescatar las ceras antes de que murieran pisoteadas), ellos preferían conquistarlo y matar a todos los dragones (tenemos unos cuantos de juguete). El pobre castillo acabó bastante tocado, pero aún se puede apañar y usar en otras ocasiones.

La parte de los regalos me encantó porque Daniel se empeñó en sacar todo de sus envoltorios e ir usando lo que le acaban de regalar antes de pasar al otro paquete. Incluso se empeñó en que le leyera uno de los cuentos que acababa de desenvolver. Menos mal que logré convencerle de que tenía que jugar con sus invitados y que ya se lo leería esa noche.

Cuando llegó el momento de sacar la tarta, tuvimos un pequeño drama. Daniel corrió a cogerla sin que nadie pudiera evitarlo y con las prisas y las ansias se le cayó al suelo. después de todo mi trabajo mi primera reacción fue de enfado, pero al ver los lagrimones de mi primogénito me calmé enseguida. Todos los allí presentes empezamos a reírnos porque la tarta había sufrido un terremoto y había que llamar al resto de las excavadoras para que arreglaran el destrozo. Los niños estaban encantados de adornar ellos mismos los restos de la tarta y, de vez en cuando, se llevaban un buen  trozo a la boca. Al final, no quedó tan mal  y Daniel volvía a sonreír. Sopló la vela (todos los años le ponemos la misma cambiando la pegatina con el número de años) y todos se zamaparon su porción. Les encantó a casi todos porque era de chocolate. Una apuesta casi segura (a uno de los pequeños invitados no le gustaba nada este dulce).

Entonces mi hijo me dijo las palabras que estaba esperando oír durante todo el día: "Gracias mamá. este es el mejor cumpleaños que he tenido". Y todo el esfuerzo valió la pena.

Eso sí, de recogerlo todo se encargó papá. Y mamá descansó, por fin.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Mar de lágrimas

¡Buf! El más pequeño de la casa no se adapta a la rutina escolar. Desde que su padre deja a Daniel en el cole ya está haciendo aspavientos y señalando el camino a casa con cara de horror. Sabe perfectamente que le toca a él el turno de entrar en clase.

Las pocas veces que le he llevado yo se me cae el alma a los pies. Pucheritos, caras de angustia, lloriqueos incontrolables, berridos histéricos y abrazos de boa constrictor para no separarse de mí. ¿A quien no se le caería la lagrimita y se sentiría una judas miserable dejando así a la criatura?

De nada sirve que a la hora de recogerle me aseguren que todo ha ido bien, que se calma en cuanto el progenitor desaparece, que se lo pasa bomba... La amargura de las mañanas sigue ahí. Aunque sólo en mí. He observado a mi hijo muchas veces antes de que se percatara de que había llegado para recogerle y le veo tranquilo, a veces riéndose, siempre jugando.

"Ojalá mañana no se quede llorando" desea su cuidadora todas las tardes, pero me temo que todavía no lo hemos visto cumplido.

martes, 24 de septiembre de 2013

El día más aburrido en la corta vida de Daniel

El lunes Daniel se quedó en casa. La tarde anterior había estado vomitando y con menos fuerzas que un piojo. Así que pedí permiso a la jefa para trabajar desde casa y me quedé con él.

En cuanto vi la cara de rosa con la que se levantó me di cuenta de que había sido algo pasajero, pero, por si acaso, mantuvimos la decisión de que no fuera al cole. En cuanto Iván se dio cuenta de que ese día se iba solo le dieron los siete males, pero aun así se fue con su padre... Bien atado en la sillita.

Daniel estaba exultante y le dio mil besos antes de que el bebé desapareciera por la puerta. Pero pronto se dio cuenta de que no es oro todo lo que reluce. Mami tenía que estar tecleando como una loca furiosa delante del ordenador y él, solo en la habitación de los juguetes, se aburría.

Primero intentó atraerme al juego, pero tuve que explicarle tajantemente que lo que me pedía era imposible. Intentó entretenerse sólo un rato. Me pedía un juguete tras otro y a los cinco minutos ya lo quería guardar porque nada le quitaba el aburrimiento mortal en el que estaba sumido.

"¿Iván cuando viene, mami?" empezó a peguntar, "¿Vamos a buscar a Iván?", "¿Ya es la hora de ir a por Iván?" Nunca le había visto echarlo así de menos. Y entonces me di cuenta de la acertada decisión que tuvimos al tener a Iván, aunque supusiera más trabajo, más gastos... más perretas.

Al pobre Daniel, los minutos les parecieron horas. No quiso echarse la siesta y se pasó mucho tiempo delante de la tele. Intenté dedicarle un rato en exclusiva antes de ir a por su hermano. Y le hizo mucha ilusión que viniera una amiga a cuidarle mientras yo iba a la guardería.

Cuando aparecí con su hermano se le iluminó la cara y empezó a marearlo y molestarlo desde el minuto cero, aunque también a jugar entre risas. Son tal para cual.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Un primer regalo de cumpleaños y un virus

El domingo decidimos tomarnos el día con calma después de la fantástica excursión del día anterior. Papi se encargó de prepararnos unas deliciosas tortitas de desayuno que los peques aplaudieron entusiasmados.

Luego dejamos que los chiquillos jugaran libremente, mientras nosotros nos dedicábamos a nuestras labores.

Como siempre nos sorprendieron con el juguete que escogieron para entretenerse. Nada más y nada menos que unos batidos adornados con caras monstruosas. Desde luego esta iniciativa de marketing ha tenido un gran éxito con Daniel que sólo quiere batidos de esta marca y luego se pone como un loco si se nos ocurre tirarle alguno de los envases vacíos.

Raúl invirtió casi todo el tiempo en colgar de la pared de la habitación de juegos una tabla que habíamos convertido en pizarra magnética para regalar a los peques en sus sendos cumpleaños, que son ahora mismo.

El mayor estaba entusiasmado con su regalo y no paraba de mariposear alrededor de su padre esperando que acabara.

Cuando por fin, Raúl apretó el último tornillo el chiquitín empezó a encontrarse mal. Se sentó a ver una peli con su padre porque se negaba a dormir siesta, pero cuando nos levantamos el bebé y yo, él se tumbó con mala cara. Al rato estaba vomitando.

Por lo visto un virus maligno se vino con nosotros a la excursión y aprovechó para introducirse en algunos estómagos, porque por el whatssup nos fuimos enterando de cómo caían uno por uno.

Iván, por su parte, sí que disfrutó de la pizarra un buen rato, pintando y pegando imanes a su gusto. Espero que no caiga también bajo las redes del maldito virus.

Daniel se queda hoy en casa mañana, a ver si se recupera el pobre.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Excursión en grupo

A una de mis amigas madres se le ocurrió una idea genial: juntarnos todas las familias para pasar un día en el campo. Ella eligió el lugar y acertó de pleno.

Acordamos ponerle a todos los chiquillos camisetas rojas y hacía mucha gracia verles. Parecía un equipo de futbol. Aunque hubo un madre despistada que lo levó de blanco. El peque en cuestión parecía el capitán del equipo.

Quedamos en Los Asientos y caminamos un par de kilómetros hasta Boca del Asno. Los chiquillos aguantaron muy bien. Por el camino vivieron muchas aventuras en pasos "peligrosos", encuentros con caballos y vacas sueltos que iban a su aire, luchas encarnizadas con espadas palo, escalada a piedras enormes (una incluso les sirvió de tobogán)... Cuando llegamos a nuestro destino tomamos un tentempié, descansamos un ratillo y vuelta a Los Asientos.

En el camino de vuelta encontramos incluso más aventuras, porque cruzamos el río saltando de piedra en piedra. Casi todos los niños acabaron con los pies mojados, y algunos de los mayores también. Casi al comenzar la caminata, el pobre Iván sucumbió al sueño en mis brazos. Uno de los papis se apiadó de mi y lo cargó un buen rato. Iván abrió los ojitos somnolientos, pero los volvió a cerrar en seguida sin protestar. Al rato lo porteó un rato Raúl, hasta que llegamos al lugar escogido para comer. Entonces se reactivó y no quiso ni oír hablar de una siesta.

Los peques casi no comieron con la excitación. Estaban deseando ir a jugar. Se lo pasaron bomba con las pelotas, tirando piedras en el río, haciendo el cabra, explorando... No pararon ni un segundo. Los mayores estuvimos intercalando ratos de sobremesa y juego con los chiquillos.

Hasta tenían unos columpios en el merendero que también disfrutaron.

La mami que tuvo la idea de la excursión se curró unos diplomas para los pequeños exploradores y premio un chupa chups para cada uno que les supo a gloria.

La gran sorpresa fue la tirolina que montó uno de los padres en un momento. Es escalador y contaba con todo el equipo. Los niños participaron entusiasmados en la nueva atracción. Los que no pertenecían al grupo nos observaban desconsolados, pero no era plan de subirles en una tirolina casera y arriesgarnos a la furia de sus progenitores. Hasta Iván descendió por la cuerda. Y le encantó la experiencia.

Al final, entre una cosa y otra, salimos de allí tardísimo. Al llegar a casa, una cena rápida, y todos corriendo a la cama.