viernes, 11 de diciembre de 2009

En casa

Por fin en casa. Solos el bebé, Raul, yo y mi santa madre, que no veas lo bien que viene en esos momentos la ayudita. Sobre todo si el angelito se convierte de repente en un demonio berreante. "¿Crees que porque te he dejado descansar en el hospital todo el monte es orégano? Pues estas apañada" O eso me pareció que pasaba por la cabeza de mi tierno infante. Desde el principio dijo que el cuco me lo quedara yo, que el estaba más cómodo en la cama de matrimonio.

Al principio lo ponía entre Raúl y yo porque me parecía que a él le hacía ilusión, pero una noche un sexto sentido me avisó de que una enorme mole amenazaba con aplastarnos a mi hijo y a mi. Así aprendí que las madres, supongo que en general, adquirimos con el parto un poder extra que nos ayuda a criar a los niños. Algo así como el sentido arácnido de Spiderman, que aumenta la tosecilla del bebé varios millones de decibelios para que te retumbe en tu oreja, mientras el feliz padre ronca que te ronca.

Cada noche que pasaba mi cama se llenaba más y más de cojines y mañas para hacer más cómoda mi velada. Me quedaba dormida sentada con el niño enganchado, y aún hoy me pasa esto. Menos mal que mis cuñados me regalaron un cojín para pobres madres con bebés lactantes que no pegan ojo ni de casualidad si no es pegado al pecho.

Lo primero que hacía cada mañana era soltarle a mi madre el enano y meterme en el baño como una fitipaldi. Al principio me ayudaba Raul gracias a los quince días de permiso por paternidad (mi madre había vuelto a Las Palmas poco después de haber parido yo). Cuando se le acabó el permiso mi madre volvió para echarme una manilla. pero llegó el día en el que tuve que enfrentarme sola a la realidad. El niño y yo solos. Y de verdad que me estampé. Ir al baño era un lujo. Comer algo imposible. Dormir menos. Los nervios destrozados. Para que luego digan que la maternidad es lo mejor que le puede pasar a una mujer. Mentira, lo mejor que le puede pasar a una mujer es que le toque un fin de semana gratis en un balneario para recuperarse de la tan cacareada maternidad.

El caso es que a los hijos se les adora y cuando perdía los nervios, por la falta de alimento y sueño, regalándo a mi hijos los oídos de una manera impropia (menos mal que aún no me entiende), segundos después me devoraba un enorme sentimiento de culpabilidad. Entonces le abrazaba y lo besaba con mucho sentimiento. A día de hoy me huelo que todo esto al niño le importaba un pito. El sólo debía pensar "¿Qué es ésto? ¿Qué hago aquí? ¿Por qué no floto y como cada vez que abro la boca? ¿Y a esta loca que le pasa? A mi que me arrime la teta y que se deje de historias". Y yo se la arrimaba aunque sólo fuera para que se callara, y le cambiaba el pañal, y le quitaba los gases, y le acunaba y seguía berrea que berrea en cuanto le soltaba en su moisés. Bracitos, bracitos y mucha teta. Eso es lo único que quería mi niño. Menos mal que ahora, con casi tres meses, ya le gustan también otras cosas, aunque aún no le gusta eso de que le tumben en algún sitio y le dejen solito.

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