martes, 4 de enero de 2011

El horroso viaje en avión


No quiero casi ni acordarme del viaje de ida a Las Palmas. Fue un infierno. El lunes levantamos al niño a las cuatro de la madrugada para coger un vuelo a eso de las siete de la mañana. El enano abrió los ojos antes de que pudiera siquiera tocarle y acogió de muy buen grado la aventura nocturna. El día anterior nos habíamos acostado tarde preparando maletas porque en la compañía en la que viajábamos no admitían un bulo por el niño como equipaje de mano, con lo que necesitan estos chiquitajos (además te cobraban por cada maleta que facturaras... Ya habréis adivinado que se trataba de Ryanair, que te cobran hasta por respirar delante del mostrador). A pesar de ser una low cost los billetes nos habían salido saladitos. Es lo malo de comprarlo con menos de tres meses de antelación, pero no siempre los jefes se solidarizan con la situación y están dispuesto a darte vacaciones con tanta anticipación. Eso le pasó a Raúl que empezaba un proyecto nuevo dando clases en la universidad y no logró saber cuales iban a ser sus días libres hasta que fue demasiado tarde para nuestro bolsillo. El caso es que hicimos malabares para llevar los justito. Agotados y muertos de sueño agarramos a nuestro hijo y no plantamos en el aeropuerto para deleite del pequeño. Allí se lo pasó bomba corriendo de un lado a otro y haciendo mil maldades como golpear con más fuerza de la necesaria los escaparates.

Raúl se puso en la cola de facturación mientras yo perseguía al pequeño monstruo. Cuando por fin nos tocó nos llevamos una desagradable sorpresa. No valía con el libro de familia. Era imprescindible el DNI del bebé. Debía se la única compañía, porque yo ya había volado con anterioridad con alguna de las tres importantes (Iberia, Spanair y Air Europa) y nunca me lo habían exigido. El caso es que por mucho que gritamos y muchas lágrimas que derramé nos quedamos en tierra. El policía nos dijo que al ser la hora que era no nos podía hacer el DNI, que a lo sumo nos teníamos que ir a la otra punta del aeropuerto a que nos hicieran un pasaporte de urgencia y que al no viajar al extranjero que tampoco nos lo iban a hacer. ¡Pero si lo necesitábamos igual que el que se iba a un país foráneo! Yo ya estaba de los nervios. La chica del mostrador nos trató fatal. Normalmente no me suelo ensañar con los empleados que no tienen la culpa de nada, pero esta tenía la mala suerte de ser imbécil y maleducada. Además, el poli nos explico con toda su pachorra que familias enteras se quedaban tiradas todos los días y que a la compañía le venía genial para revender los billetes. Un negocio redondo. Si es que estaban todos en el ajo. cada vez me sentía más y más engañada.
El caso es que nos volvimos a casa con las maletas, el niño, un agotamiento enorme y ganas de matar a los timadores de Ryanair. En los puestos de otras compañías del aeropuerto nos habían dado unos precios prohibitivos para viajar así que una vez en casa raúl se empleó a fondo para encontrar algo más asequible por internet. Mi madre insistió en que ella pagaba lo que hiciera, pero que me quería ver en Las Palmas lo mas pronto posible. Con gran desazón pagamos dos billetes de ida y vuelta para el niño ya para mi por Spanair, y otro sólo de ida para Raúl. Mi marido aprovecharía el de la compañía tomadora para volver y así ahorrarnos 300 euros. A mi esto me supo a cuerno quemado porque viajar sola con Daniel me daba terror. Es demasiado activo para permanecer más de dos horas y media encerrado en un avión.

El caso es que nos fuimos a dormir un poco imitando a Danielito que hacía ya un par de horas que había caído como un saco en su cunita porque al día siguiente no esperaba otra aventura.

Afortunadamente ste vuelo salía más tarde, ási que no tuvimos que madrugar tanto. Cogimos de nuevo al crío y las maletas, que habíamos organizado de otro modo, porque ahora sí que nos dejaban llevar un bulto por el niño (fundamental), y volvimos a ir al aeropuerto al más puro estilo de "El día de la marmota". Esta vez no hubo problema y nos acomodamos en un miniavión en el que casi no cabíamos. Daniel no hizo más que moverse, chillar, patalear, molestar, llorar, pegar patadas al de delante. ¡Vamos una joya de niño! Yo sólo de pensar que me volvía sola con él me ponía mala.

El caso es que tras tantas vicisitudes llegamos a nuestro destino y pudimos empezar nuestras vacaciones auque con un día de retraso por culpa de esa compañía aérea en la que habría que despedir a todos los peces gordos por fraude.

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