domingo, 15 de enero de 2012

Rutina hospitalaria

El día a día en el hospital es muy monótono. La mañana empieza cuando la enfermera entra intempestivamente en la habitación despertando al bebé que acabas de dormir por fin y te  deja una bandeja llena de jeringuillas con medicamentos en la mesa y el aerosol preparado para que abras el oxígeno, o lo que sea el tubo ese, y le coloques la mascarilla al niño sobre la nariz y la boca. Con la pataleta consiguiente del interesado. Luego te piden amablemente con ese tono que tienen ellas de "en realidad es una orden" que bañes al niño.

Me visto a toda velocidad mientras Iván lloriquea en su cuna. Para pasar la noche me pongo pijama y zapatillas. Hay que intentar estar lo más cómoda posible.

Yo le enchufo el aerosol lo primero, luego voy inyectando en su boquita las medicinas una por una y finalmente le desnudo para que la enfermera proceda a pesarle. Casi seis kilos. El mismo peso siempre. Lo bueno es que no perdió peso, que es lo más normal en estos casos.

Ahora viene la parte agradable: el baño del bebé. Le encanta. Lleno la pila con agua calentita y lo introduzco lentamente para que no le dé impresión. El niño patalea encantado. Le echo agua jabonosa con la esponja áspera del hospital. No se la paso por el cuerpo porque pienso que le va a dejar marca. Limpio muy bien la herida del pecho. Ya no me impresiona. Me he acostumbrado a verla. Luego le seco con cuidado con una toalla que parece papel de lija. Iván lloriquea un poco. Echará de menos las mulliditas que tenemos en casa para él. Por fin le pongo el pañal que me facilitan allí y que es más grande que él, y la camiseta sin cierres que le deja al aire toda la espaldita y a la que llaman pijama. Le envuelvo en la sábana y ya está listo para recibir el biberón que tengo que pedirle a la auxiliar.

Suelen tardar un poco en traer la pitanza, pero no me importa porque Iván está desganado y no llora desesperado para que le llenes la barriga. En cuanto engulle sus sesenta o setenta mililitros (antes de la operación eran 150 en cada toma) nos vamos a dar un paseo por el pasillo. Es muy entretenido porque las paredes están pintadas con paisajes fantásticos llenos de animalitos humanizados. Tenemos un cine, un bar donde sirven zumos de naranja, la floristería, una tienda de deportes, otra de guitarras, la modista... y mil comercios más e instantáneas llenas de imaginación y pequeños detalles. Un mundo hecho para los niños por la asociación Paint a Smile. Me parece una labor maravillosa.

En el camino, Iván recibe mimos y piropos de enfermeras, visitantes y niños.

No suele durar mucho con los ojos abiertos. Cuando me doy cuenta de que está roque vuelvo a la habitación, lo dejo en la cuna y me tumbo en el sillón reclinable para aprovechar la coyuntura y echar un sueñecito. No muy largo porque enseguida viene el médico a examinarlo o un ruido inoportuno me lo despierta.

El doctor tiene asumido que los niños le ven como al hombre malo de la bata blanca, a pesar de poner todo su empeño para caerles bien. No se inmuta con los lloros de mi pequeño y se dedica a elogiar sus ojos azules. Siempre dice lo mismo en sus visitas. "Está evolucionando muy bien, probablemente el lunes le demos el alta según lo que veamos en la ecografía, la herida tiene buen aspecto, le vamos a quitar este o este otro medicamento, no come muy bien, pero eso no me preocupa demasiado... ¡Qué ojos más bonitos tiene este niño!" y con una sonrisa se va a atender a otro niño, que lo recibirá con lloros y gritos.

Entonces toca  biberón. Iván no lo pide, pero ya han pasado otras tres horas desde el último. bebe sus sesenta o setenta mililitros de nuevo y escupe la tetina sin ganas empujándola con la lengua. No sé de donde saca las chichas este niño, pero, a pesar de la mala alimentación, está gordito y da gusto verle.

Suele volver a dormirse, vuelvo a tumbarme yo un rato o aprovecho para desayunar algo. Damos otro paseo, le hago carantoñas tumbado en su cunita. Luego otro biberón, otra siestita del niño, más paseos, más mimos. No me doy cuenta y Raúl ya está aquí para relevarme. Me cuesta irme, pero acabo despidiéndome de mis dos hombres y me marcho a casa a comer y a disfrutar de mi otro hombrecito y de mi madre.

Seis o siete horas después estoy de nuevo en el hospital. Ahora soy yo la que releva a Raúl. Me cambio la ropa de calle por el pijama y libero a mi cónyuge, que se va muerto de hambre deseando encontrarse con su cena.

A Iván y a mí nos queda por delante más biberones, más medicinas, otra vez el aerosol, más paseos... No suele dormirse hasta las doce o más tarde y yo me derrumbo agotada en mi sillón para dormir una hora o una hora y media. No me da más tiempo este bebé. Se despierta, lloriquea... toca mecerle, darle el biberón, acunarlo.., Y otra vez a intentar descansar. Así hasta que la enfermera vuelva irrumpir cargada de medicinas, aerosol e indicaciones. ¿Ya es de día? Tan pronto... Ya falta menos para volver a casa.

3 comentarios:

  1. pero se hace todo con una paciencia y un amor infinitos por tu pequeño.

    no abre la boca y os tiene ahí día y noche para atenderle en lo q necesite o simplemente para darle ese contacto tan importante.

    q orgullo de papás !!!

    besos

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  2. Paciencia!! ya paso y lo tienes en casa por fin
    un beso

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  3. Sofía, la verdad es que después de que lo subieran a planta teníamos unas ganas tremendas de espachurrarlo contra nuestro pecho. lo malo es que se ha acostumbrado y ahora, en cuanto nota que le edjas en algún lado empiezan los pucheritos. Es muy listo jaja.

    Rachel, ya lo tenemos haciéndose notar la máximo en casa. Por fin la cuna vuelve a estar llena. Es un alivio tremendo.

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