jueves, 29 de marzo de 2012

La huelga

¡Día de huelga general! Para el que quiera o se lo pueda permitir. En mi caso, la empresa es pequeña y ya parece que tenemos un pie en la tumba así que si no queríamos acelerar su defunción mejor no pensar en enfadar a los pocos clientes que nos quedan en tal día señalado. Así que sin pensar en todo eso de que la huelga es un derecho de cada trabajador bla bla bla, puse mi despertador a las cinco de la mañana y me acosté como cada noche: rezando para que mis pequeños pasaran buena noche y me dejaran dormir al menos un poquito.

Como siempre apagué el despertador antes de que sonara. No había habido suerte y la noche fue toledana. Como la mayoría desde que nació Iván. Puse rumbo a la oficina encontrándome una densidad de trafico inusual para la hora que era. Se notan los servicios mínimos.

El trabajo transcurrió con tranquilidad, llegaron pocos periódicos, las chicas y yo le dábamos a la tecla sin agobios, pero dentro de mi había algo que me remordía la conciencia, algo que no me dejaba concentrarme en el trabajo al cien por cien. Cuando dieron las nueve saqué el móvil y marqué ansiosa el número de mi marido, que tampoco había podido hacer huelga por otras razones. En cuanto me lo cogió le espeté a bocajarro: "¿Los profes de Daniel e Iván han hecho huelga?" Raúl me explicó que los de Iván no, pero los de Daniel sí, pero que se había quedado muy contento porque estaban sus amiguitos. ¿Pero habían hacinado a muchos chiquillos en la misma clase? No, me tranquilizó, según él no habían muchos niños.

Con el tema tan punzante como la esclavista reforma laboral y ¿en qué estoy pensando yo? En que mis niños no noten nada extraño, ni lo pasen mal con personas desconocidas. Soy una egoísta de tomo y lomo. Por supuesto, entiendo que los profesores de guardería tiene el mismo derecho a la huelga que cualquier trabajador, pero es que no podía evitar estar preocupada por el hecho de que la falta de personal podía verse reflejada en un cuidado menos efectivo de los niños en el colegio. Me alegro de que no fuera así y que mis niños estuvieran tan sonrientes como siempre cuando fui a por ellos, pero me siento un poco "traidora" por no pensar con la misma intensidad en los derechos de los trabajadores.

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